¿2012 SERÁ EL AÑO EN QUE SE QUIEBRE EL SISTEMA POLÍTICO MEXICANO?
La movilización de los jóvenes universitarios.
Por Baltasar Hernández Gómez.
(Segunda quincena de mayo 2012)
En la historia contemporánea de México los aparatos de dominación del Estado, sustentados en el uso de la fuerza y la reafirmación ideológica, fueron utilizados primordialmente para erradicar las reyertas político-militares del siglo XIX y principios del XX, ofreciendo la ocasión para constituir una sociedad subsumida a los designios de la nueva clase política. Así se conformó un escenario de estabilización para las élites, mismo que sirvió para el establecimiento de instituciones que otorgaron permanencia a las autoridades emanadas de la revolución política de 1910-1917. El proceso de pacificación -apuntan sociólogos, politólogos e historiadores- no estuvo exenta de altibajos, pues muchos reacomodos se siguieron dando a través de escaramuzas armamentistas; luchas intestinas en el partido que ahora lleva las siglas PRI; políticas públicas corregidas, inhibidas o aumentadas bajo el modelo acierto-error; sucesiones concertadas entre el Poder Ejecutivo y la clase dominante, así como reformas jurídicas para impedir quiebres del sistema político.
Las matrices de análisis consideradas como paradigmas para ver, pensar, repensar y vivir México han sido validadas por los centros del poder y reproducidas para otorgar grados de defensa, mantenimiento y crecimiento a la hegemonía. Dichos modelos preservan la idea que el Estado es inalterable, que la democracia es perfectible y que las instituciones perduran más allá de la terrible corrupción de los hombres que en ellas intervienen. De esta manera el todo se apreciaba por medio de la voluntad del presidente de la República, o bien, de ciertas facciones de la milicia u organismos corporativos (públicos o privados). Desde 1946 la denominada “institucionalización mexicana” (categoría acuñada por el investigador Luis Javier Garrido) engendró el pragmatismo político reformar/incluir, proveniente del vértice de la pirámide política. Profesores, estudiantes, profesionistas, técnicos, trabajadores manuales e intelectuales, comerciantes y sectores más vulnerables sólo representaban el núcleo numérico para demostrar legitimidad, pero nada más, pues las decisiones partían unidireccionalmente del eje sistémico, que tuvo como meta la conservación a toda costa del statu quo.
La persistencia de entidades rígidas en los tres niveles gubernamentales (federal, estatal y municipal), congreso nacional y en la cámara de diputados de los estados fue diseñada y operada por liderazgos corporativizados, o sea, por encima de las “fuerzas populares”, tuvo como baluarte la fuerza del Estado y se tradujo en movilización policiaca, organismos militares y paramilitares, cuerpos de inteligencia, medios de comunicación cobijados por la discrecionalidad en los tratos de concesión-publicidad, leyes y decretos, planes de estudio y una visión cultural oficialista. Esto tuvo como finalidad la intención de moldear a la sociedad en masa multiforme que debía estar doblegada por el imperio del autoritarismo.
El poder en México transitó por los rieles de políticas públicas y disposiciones unipersonales que hicieron del entorno mexicano un plano vertical. Las extremidades de los mandatarios (manos, dedos, piernas, pies, lengua y pene) eran ley cuasi divina, para que la inteligentzia, burócratas, políticos y ciudadanos de a pie se movilizaran o paralizaran dependiendo de sus querencias. Luego entonces la psique social, inoculada de antidemocracia, anidó el dogma que los cambios eran simple y llanamente graciosas concesiones del hombre que llevaba en el pecho la banda presidencial, ya que él y sólo él podía ser gestor, juez y parte, expropiador, mentor y dador de vida.
Nuestros abuelos y padres crecieron con la idea –casi admitida como verdad absoluta- que el sistema político era indestructible e inalterable por los siglos de los siglos, porque así era el destino de la patria. La suposición estaba apuntalada por la cultura de Estado que propagó que la raza de bronce tenía como alfa y omega las pasiones e intereses del Tlatoani sexenal. Sin embargo, empezaron a brotar manifestaciones fuera del arbitraje político, mediante el empuje de médicos, maestros, ferrocarrileros, obreros no afiliados a la CTM, campesinos y estudiantes, las cuales sacaron de balance el credo de “aquí todo pasa, para que no pase nada”. En la perspectiva de la élite los sectores insurgentes eran disfuncionalidades que debían resolverse con cierto toque de apertura, inclusión y cooptación, pero hasta ahí, porque se asumía que la crítica y los “levantamientos” eran estimulados por intereses extraños, que se gestaban en la anarquía desestabilizadora que pretendía la desaparición de poderes, golpes de Estado o la dimisión del presidente.
Pan, circo, garrote, reconocimiento, cárcel, prebendas, represión, exilio o cinco minutos de fama fueron los componentes del arquetipo premio y castigo para desactivar los supuestos peligros para el sistema político. En el segundo tercio del siglo XX las protestas fueron tomadas como ejercicios del laboratorio comunista mundial, que ansiaban poner en el suelo los fantásticos logros independentistas, liberales y revolucionarios de México. Claro está, siguiendo al pie de la letra los cánones de Estados Unidos de Norteamérica para ser vencedor de la Guerra Fría que libraba contra la ex-URSS.
No obstante de los acomodos normativos, de la cooptación de estudiantes, profesionistas, guerrilleros arrepentidos, del permiso para la creación de partidos políticos, de la autorización para ampliar el congreso nacional por medio de representaciones proporcionales, de la apertura desmedida de dependencias administrativas para que los “revoltosos o críticos” tuvieran puestos de confianza y/o sindicalizados; después de 1955 la sociedad mexicana ya no fue la misma, pues amplios sectores comenzaron a percibir que no importaban cuántas reformas legales se alcanzaran, cuántos programas asistencialistas, becas, canonjías, despensas, descuentos en pago de servicios se otorgaran a las masas desposeídas, pero principalmente a la clase media; el cambio no vendría por las rutas trazadas por el poder político y económico.
Los mecanismos tradicionales de asimilación, colaboración o desaparición de elementos contrarios al sistema político fueron suficientes hasta mediados de los años setenta, pero a la larga acumularon tensiones insalvables con la táctica paliativa de “dar más con menos” o “dar y esconder la mano, para luego apapachar”. A partir de 1975 hubo giros para el tratamiento de las manifestaciones sociales, a través de una represión selectiva, de inclusiones en la nómina gubernamental, fundaciones de escuelas, universidades, información privilegiada para hacer negocios, apertura de medios filopartidistas, créditos, dádivas, etc. Las redes gubernamentales, los modelos de desarrollo económico, el endeudamiento, la ilusoria riqueza petrolera, el señorío de lo medios de comunicación, entre otros elementos de control, sirvieron para la contención social.
Sin embargo, desde la mitad de la década de los noventa y en lo que va del tercer milenio, cuando todo parecía tener ciertos niveles de estabilidad para las estructuras del poder, las contradicciones materiales de vida, las miserias, incongruencias y engaños empezaron a detonar nuevas formas de pensar y hacer política, sobre todo en la juventud y clases sociales que sienten en carne propia el verdadero peso de las carencias. La mentira democratizadora de la alternancia, puesta en terciopelo azul como transición truncada desinfló a las cúpulas. Bastaron los últimos doce años para que las clases sociales consolidaran su percepción de abandono.
Más allá de las proyecciones hechas en Palacio Nacional, aparecieron tecnologías de la información (equipos y programas que crearon un ciberespacio conectivo entre el yo y los otros yo, que se vuelven incluyentes, porque conecta la localidad con la universalidad en cualquier parte de México y el mundo), que se han erigido en entes de emisión-recepción de modos de vida alternativos, pero también de desacatos a lo que fue catalogado como intocable. Esto produjo una “anticultura” de contestación y propuesta de visiones distintas para ser y estar.
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Si fueran verdaderas las profecías mayas que indican que el mundo se va a acabar a finales de diciembre del año en curso, la interpretación no sería de hecatombe, sino de transformación para rescatar y preservar el sentido humanista profundo, que ha sido vilipendiado por los preceptos capitalistas que imponen la explotación y la ganancia como razón existencial suprema. El Hombre convertido en el lobo del Hombre no va a ser más el prototipo que tienen que adoptar las nuevas generaciones, pues el mundo no soportará más el desprecio a la vida por parte de los grandes corporativos que sólo quieren ganar, ganar y continuar generando plusvalor sin importarles la salud mental y física del planeta tierra y de todos sus habitantes.
Afortunadamente la consciencia humana está guardada en una zona neuronal difícil de exterminar, que empieza a emanar, poco a poco, para recordar(nos) que no hay más mundo que éste, que no hay escape si no se efectúan cambios profundos en la conducta de vida. Ni la luna, marte, asteroide o laboratorio espacial situado en la bóveda espacial visible pueden convertirse en el hogar que hemos estado perdiendo por la voracidad de la industria globalizada. Las utopías, que no sueños guajiros, están renaciendo para devolver al homo sapiens posmoderno la capacidad de pensar y actuar a favor de un mundo más armónico, que esté integrado con universos internos y externos que busquen la felicidad.
Nadie hubiera imaginado que rodeados por catástrofes naturales, de campañas políticas que refrendan la insoportable levedad de la incoherencia, de medios de comunicación hechos para la enajenación y entretenimiento de la población, así como crisis social y económica revestida de violencia extrema; los jóvenes universitarios de instituciones privadas pudieran ser la llave de ignición para echar a andar un movimiento que hoy por hoy está rebasando, y por mucho, la exigencia de democracia. La clase política no previó que los ritmos electorales 2012 estuvieran regidos por el reloj colocado en el centro del debate por la juventud perteneciente a la clase media y media-alta, que hoy en día ha sumado voluntades generales.
El 11 de mayo la Universidad Iberoamericana, etiquetada por el cómico Luis de Alba como una institución de “pirruris o juniors”, fue la coordenada cartesiana promotora del desenlace de un clamor avasallado por años de ocultamiento y represión. Años con medios de comunicación mudos y ciegos que tergiversan la realidad mexicana; de partidos ocupados en prolongar sus dietas económicas y puestos en los tres Poderes de la Unión; de valores y principios de resignación y acomodo a lo ya establecido; de planes económicos, financieros, culturales y educativos que fomentan el conformismo y estoicismo para subsistir en condiciones paupérrimas; fueron colocados en pecera de cristal sin maquillajes y lo que observaron los jóvenes no les gustó y mucho menos les pareció justo. Sin decirlo, se pusieron a desmentir la barbarie y luego actuar en consecuencia.
La rebeldía juvenil irrumpió como respuesta ante la práctica partidocrática de negociar, transar o concertacesionar. La respuesta venida del olimpo político fue de ataque feroz contra las voces disidentes. Sin embargo, la cualidad priista de valorar costos y beneficios, concretada en menosprecio a la crítica, encendió la mecha de inconformidad universitaria que creció hasta volverse descontento colectivo. Queda claro que no se se trata del cierre de puertas al candidato presidencial Enrique Peña Nieto o boicot al duopolio Televisa-TVAzteca, sino de la asimilación que una cosa aparentemente sencilla lleva a otras de gran envergadura. El tratamiento político del PRI y la información televisiva no se quedaron en el espacio electoral o mediático, sino que trascendió al ámbito político, social, cultural, pero sobre todo y al modo de concebir nuevos proyectos de nación.
Los léxicos e imágenes del marketing político impactaron tanto a las generaciones que no crecieron bajo el influjo de la televisión abierta o en ejercicios autoritarios del pasado, que muchísimos ojos y oídos se desbloquearon para pensar que en lo pequeño se esconde lo magnífico. Los jóvenes (cientos, miles o millones, de acuerdo al visor que los cuenta) se han empezado a percatar que el uso indiscriminado de la fuerza ideológica, represiva, económica y cultural conduce al oscurantismo y al atraso. Por lo mismo han dicho, palabras más, palabras menos: no más de esto.
Lo que flotaba en el aire desde muchos decenios atrás, pero que no podía cristalizarse por miedo, desconocimiento o intereses deformados, surgió como tsunami que ahora inunda los espacios de la internet, pero también las calles, escuelas, casas, centros de trabajo y reuniones de convivencia social. La antidemocracia prevaleciente en el sistema político mexicano no cayó en el terreno del olvido como si se tratara de esconder el polvo bajo la alfombra, pues la crisis endémica producida por trece sexenios revolucionarios luego convertidos en neoliberales, de color verde, blanco, rojo y azul no sólo crearon pobreza por doquier, sino muertos, enajenados, ignorantes, insensibles y zombis preocupados por la supervivencia.
En el programa matutino Detrás de la Noticia, que se transmite en Radio Fórmula, el comunicador Ricardo Rocha leyó la editorial titulada “No nos dejarán dormir, si no los dejamos soñar” que es un claro ejemplo del pensamiento oficialista de quienes tienen la tarea de defender lo indefendible, pues con la excusa del ejercicio de la libertad de expresión tratan de estipular que a los jóvenes y otros tipos de disidencias deben dárseles oportunidades de pronunciar desacuerdos, marchar y hasta patalear, pero hasta ahí. Ésta y otras voces comunicacionales aspiran marcar la pauta de que es mejor oír y aceptar los sueños de inconformes, para luego volver a dormir bajo el amparo de la pax romana. La opción más efectiva ante las inconformidades debiera asumir el compromiso para la abolición de infamias, opresiones, miserias y corrupciones, a fin de que surgiera un México armónico, justo, digno y a la altura de sus habitantes. Por el momento dicha iniciativa no está contemplada por el Estado mexicano porque el pago de facturas sociales sería interminable.
Para los detentadores del poder lo más fácil es fustigar con diatribas a los universitarios que se oponen al candidato que mejor acomoda la alternancia PAN/PRI, a efecto de obviar la dificultad de diseñar y operar acciones contundentes, para que exista un verdadero proceso de transición y cambios sustanciales en las entrañas del sistema político. Apuestan a que la curva de atención hacia el movimiento #Yosoy132, que ha traspasado las vallas de la UIA, IPN, UAM, UNAM, se desmorone en dos o tres semanas (como sucede con la mayoría de las noticias “impactantes”) y luego regresar a la propagación de espectacularidades banales. Sin embargo, veo permanencia de mediano y largo plazo para el embrionario proyecto de negación a lo impuesto y acción propositiva por parte de la juventud, pues haber declarado la guerra a la manipulación mediática, negarse a aceptar imposiciones políticas disfrazadas por la partidocracia y empezar a diseccionar los tumores del “mexican way of life” no es pecata minuta. El movimiento parece que contiene los símbolos necesarios para dar nacimiento a corrientes amplias de pensamiento y acción, que no pueden minimizarse con los comentarios de intelectuales, líderes de opinión, funcionarios, encuestólogos, políticos y gobernantes orgánicos.
Las actuales relaciones personales o grupales no son las mismas que se instauraron como canales clásicos de convivencia cercana, como por ejemplo, la unidad familiar, los contactos con amigos, compañeros de trabajo. La iglesia, lugares de recreación, centros de afluencia pública ya no son los únicos lugares para la interacción societal, en virtud de que la tecnología abrió espacio-tiempo a través de la telefonía móvil, televisión cableada o satelital y computadoras portátiles, que se han vuelto portales de conexión a distancia, atrayendo acercamientos inmediatos y coincidencias entre una, tres, cien, mil o un millón de personas. Las consecuencias no son fáciles de pronosticar, pero en el corto plazo, las formas de comunicación en redes sociales, correos electrónicos, mensajes celulares y chats abrirán los pétalos cerrados que aprisionaron a las generaciones ahora maduras y añejas.
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Después del 11 de mayo las clases hegemónicas (política-gobernante, empresarial, militar y eclesiástica) quedaron pasmadas, lo cual no significa paralizadas o socavadas, pero esta vez sí quedaron al descubierto las llagas que se creyeron cerradas por la penicilina de la desmemoria histórica, el impacto de los mass media y el circuito perpetuo de reformas legales que dan aliento y permanencia a los poderes de la República cada seis años. Los mitos geniales comenzaron a caer como fichas de dominó: la idea de que el candidato priista iba 30 puntos porcentuales arriba de su más cercano adversario fue derrumbada; las predicciones y simulaciones de televisoras, radio y prensa no convencen a la colectividad; el marketing golpeado con la vacuidad de imágenes y lemas que no dicen nada acerca de la realidad nacional; las redes sociales se volvieron foros abiertos que contuvieron y desenmascararon los “bots, trolls o fantasmas” de supuestos seguidores en Twitter y Facebook para favorecer a partidos y candidatos.
De nueva cuenta las calles, las escuelas y los hogares están recuperando su función primaria para ser de nuevo sitios activos de reunión, una especie de ágora griega para discutir los asuntos de la Polis.
A pesar de lo que aprecia el cerebro, a través de los cinco sentidos, así como de la constatación de lo que es real y lo ficticio, las voces institucionalizadas de los personajes más encumbrados de la partidocracia, gobierno, intelectualidad y medios de comunicación minimizan la nueva primavera mexicana de energía, protesta, propuesta y cambio, pues dicen, una y mil veces, que son idealismos propios de porros o inducidos por fuerzas extrañas (al más puro estilo del autoritarismo ejercido por los presidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez en el periodo comprendido 1964-1976). Error tras error.
¡Ya pasará, ya pasará! repiten sin cesar, cuando es evidente que las condiciones materiales de existencia han moldeado concepciones diferentes de cómo, cuándo y por qué vivir. ¿Quién está detrás; quién desembolsa recursos; qué es lo que verdaderamente desean obtener los jóvenes? son algunos de las interrogantes que salen a la luz pública como dudas pre-construidas para interrumpir el impacto de la ola juvenil que está llevando en su cresta las expectativas sociales.
¿Por qué en el proceso electoral; por qué el movimiento nació en una universidad privada de corte jesuita; por qué se aparecen en todas partes cuestionando a los candidatos presidenciales, principalmente al del PRI; por qué ahora no solamente exigen soluciones en materia de comunicación, sino que pasaron a la crítica del sistema político y la estructura económica; por qué los universitarios y no campesinos, obreros o trabajadores de oficina? Por qués y más por qués que no tienen ninguna razón de ser. Los por qués tienen respuestas en la realidad sofocante, en la antidemocracia, en la burla, en la corrupción, en el nepotismo, en la ineficacia y en la irresponsabilidad del Estado, que ha fallado para garantizar los derechos más elementales de millones de ciudadanos.
Mentes atrofiadas por tanta alienación a control remoto, eclécticos sin bandera y conocimientos, repetidores del establishment, clasemedieros y profesionistas conformes con lo que lograron atesorar, así como mujeres y hombres sin iniciativa, se convierten en ecos de la trama cupular para apedrear el ave fénix que está surgiendo de las cenizas. Las críticas brotan como virus para carcomer la piel del movimiento generado por jóvenes mexicanos, sugiriendo de manera inmoral e infame que todo va a pasar para regresar al cauce de las tradiciones. Primero que nos expliquen racionalmente ¿Qué es esto de lo tradicional? y luego exigir que no haya arropamiento en cadenas de suposiciones absurdas y viscerales, que invalidan cualquier tipo de acción social.
La mayoría de renegados reprocha, pero no propone. En el transcurrir histórico muchos han dicho por qué Miguel Hidalgo, José María Morelos, Vicente Guerrero, Benito Juárez, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Lázaro Cárdenas, Nelson Mandela, Gandhi, entre otros cientos y cientos de personajes y organizaciones que han participado en la lucha social y política a nivel nacional e internacional. Ninguno de ellos se ha puesto a reflexionar por qué primero no se levantan temprano, se informan sobre qué está pasando en el país, cumplen con sus labores, son buenos padres, hijos, amigos y cónyuges. No, primero la paja en el ojo del otro sin ver la viga en el propio. Critican sin proponer, acusan sin comprobar y las cosas siguen exactamente igual o peor.
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El análisis de los fenómenos sociales no puede darse en la pared del frontón. Los pronósticos deben tener la cualidad de ser objetivos, claros, imparciales y comprobables. En el caso del movimiento iniciado como #Yosoy132 el calor del momento impide visualizar los horizontes de la exigencia y movilización universitaria y los estratos sociales que se van uniendo a su causa. ¿Hacia dónde y cómo irán desarrollándose los acontecimientos; serán absorbidos o radicalizarán su protesta; serán un verdadero detonante social amplio, apartidista y sin intereses terciarios que garantice cambios profundos en el sistema político? Estas y otras preguntas flotan en el aire y son difíciles de contestar en el hoy y ahora, pero estoy convencido que el movimiento traerá saldos positivos en lo que atañe al entorno civil, pero al mismo tiempo en lo correspondiente al humanismo para volver a la primigenia de ver y sentir la vida en una dimensión plena de sensibilidad.
Hasta el momento han hecho aparición algunos elementos que dejan ver liderazgos sin rostro, exigencias sin clichés, protagonismos rotativos y grupales, acciones sin estruendos ni banderas fundamentalistas. Dichos factores imprimen frescura a las nuevas formas de hacer política y son garantes de cambios para bien dentro de la vorágine del reformismo continuo. Para los complotistas hay muy pocos elementos de acusación para que sigan en su afán de hacer creer que el movimiento juvenil, que dicho de paso no es cosa de niños, porque todos ellos son universitarios, está situado en pilares de mesianismos o radicalismos. Lo cierto es que la juventud ha empezado a levantar la voz contra el Leviatán visto por los maduros y personas de la tercera edad como monstruo indestructible al que se le aprendió a soportar por necesidad, pero que en su interior lo quieren muerto y sepultado. Los incrédulos y escépticos señalan que para llegar a la consciencia se requiere de muchos años y kilómetros de marchas, tinta y puños levantados. Lo que se les olvida es que esto apenas está iniciando y será positivo para la generación de alternativas para el quehacer constructivo del tercer milenio.
En un primer nivel habrá definiciones claras para el abordaje del futuro inmediato, pues los gatekeepers (término anglosajón para clasificar a los custodios del sistema) tendrán que admitir, para luego aceptar y atender las expresiones de los jóvenes y de otros sectores que irrumpirán en el ámbito público, con el objetivo de reacomodar andamiajes agrietados en lo que respecta a la legalidad y legitimidad de las estructuras de dominación. Los políticos tendrán que consensuar a través de diálogo abierto y no discrecional; implementar programas de reacción rápida y que impacten eficazmente las vivencias sociales; apresurar la creación de leyes y su aplicación en tópicos como la reforma de Estado, educativa, energética y protección de grupos vulnerados, como el caso de víctimas de la violencia, entre otros.
Los empresarios de la comunicación tendrán más cuidado en la elaboración de sus productos informativos, para presentar la mediación entre lo que está pasando y sus representaciones simbólicas con mayor veracidad. Asimismo, habrán de aperturar sitios de debate e inclusión, para dar cabida a las manifestaciones de los millones de mexicanos que todavía consumen la mercancía televisiva, radiofónica y periodística, si es que desean que sus “industrias culturales” tengan ratings rentables, para seguir cumpliendo con el rol de ponerse como contenedores entre la ciudadanía y el poder.
Los estudiantes que dieron origen al movimiento #Yosoy132 (que en el extranjero son identificados como “los enojados e inconformes”), padres de familia, profesores, trabajadores y ciudadanía organizada o no en sindicatos, organismos no gubernamentales o partidos que se han unido en un todo, deberán instalarse en exigencias que conciernen a la democratización del país sin caer en animadversiones, a fin de ir más allá para la transformación de las estructuras caducas en todos los contornos de la vida nacional. Si no hay inclinaciones protagónicas, tendencias hacia uno u otro partido, si se cuidan de las infiltraciones, si los discursos eliminan repertorios viscerales y si hay proposiciones racionales y sustentables, el movimiento caminará hacia adelante con posibilidades reales de edificar vías dignas para vivir en armonía, estabilidad, desarrollo y crecimiento.
Ver, escuchar, pensar, participar, permanecer o criticar son los verbos que tenemos que conjugar para asumir retos y luego pasar a la toma de decisiones, a fin de que devolvamos el placer de sentirnos vivos y parte de una nación inmersa en una dinámica proactiva para orientarnos hacia nuevos rumbos. Las contribuciones del 68 mexicano y mundial, las luchas campesinas, magisteriales, obreras y populares ahí están, pues dieron pauta para alcanzar ciertas categorías democratizadoras. Los hechos ocurridos en Egipto, Libia, Marruecos, España y Grecia, por citar algunos acontecimientos sociales de actualidad reafirman que el estado de cosas existentes no puede perdurar en el silencio y la opacidad. ¿Llegó la hora? Ya lo veremos. B.H.G.
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