ANÁLISIS POLÍTICO Y SOCIAL, MANEJO DE CRISIS, MARKETING, COMUNICACIÓN Y ALTA DIRECCIÓN

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miércoles, 9 de marzo de 2011

¿REVOLUCIONES POR LA INTERNET?


¿REVOLUCIONES SOCIALES EN EL SIGLO XXI?
*¿Revoluciones desde internet?*
**¿Twitterianos y feisbukianos desbancan a la organicidad social?**
***Estados nacionales y medios de comunicación se unen para la conservación del statu quo***
Estados Unidos, transnacionales, gobiernos y militares
Por Baltasar Hernández Gómez.


A simple vista parece que se hubieran pactado convenios en el imaginario social y muchos dedos apretaron las teclas de emergencia social para iniciar movimientos masivos para la revocación de mandatos en países árabes. Usuarios de Twitter, Facebook y Messenger han asumido que gracias a la intervención de las “redes sociales” las revoluciones están haciendo su aparición en el mundo después de cien años de inactividad. Sin embargo, antes de vanagloriar o criticar dicha proposición debo aclarar que los sitios de contacto por internet han contribuido a que exista una comunicación vertiginosa de millones de seres humanos que hace apenas diez años sólo podían reunirse en su entorno inmediato de vida. Resulta claro también que el quehacer político tendrá modificaciones por la utilización de las redes, pues la sujeción a jerarquías preestablecidas quedará en el ayer. No obstante dicha ventaja, la creciente utilización de las redes no significa que sean -por sí mismas- detonantes de revoluciones.

Debo puntualizar que las redes sociales fueron diseñadas como vínculos comunicantes y no como sitios para la alteración del statu quo, ya que no son áreas para planificar o ejecutar cambios estructurales a nivel socioeconómico o político. Luego entonces, las declaraciones “revolucionarias” de los hacedores de dichos portales carecen de sustentación, en virtud de que las movilizaciones que atestiguamos desde el inicio de 2011 no provienen de procesos concatenados de consciencia ideológica, participación comprometida con los asuntos comunitarios, o bien, proyectos de derrumbamiento del modo productivo, social y cultural prevaleciente. Fuera de la parafernalia comunicacional exhibida por las grandes cadenas de noticias, los sucesos ocurridos en países de África y Medio Oriente no tuvieron origen en conglomerados politizados que, motu proprio, decidieron llevar reivindicaciones de la casa, centros de trabajo, sindicatos, partidos, asociaciones civiles o en la horizontalidad de sus círculos de convivencia (instituciones educativas, reuniones sociales, calles, colonias o ciudades) al plano general, a través de programas de transformación radical.

Si nos sujetamos a modelos conceptuales probados, las revoluciones surgen como enlazamiento de aspectos subversivos que tienen como propósito la destrucción de sistemas considerados injustos, a fin de imponer nuevos paradigmas. Los movimientos que vemos contienen características que no alcanzan a rebasar la consideración de tumultos, rebeliones, alzamientos o revueltas, que si bien incitan a cuestionar el establishment, están circunscritos a espectros reducidos del quehacer político y reclamaciones de distintos grupos sociales que, cuando obtienen reformas para satisfacer ciertas demandas, detienen su dinámica. En el centro del huracán musulmán está la quita de los gobernantes, muchos de ellos con más de tres decenios en el poder, pero no se observan estrategias de largo alcance: las salidas de Mubarak y muy posiblemente de Gadafi (que por muchos años fue identificado como Kadafi por las administraciones norteamericanas) no resuelven la problemática sistémica en Egipto y Libia.

El manejo comunicativo ha hecho que las imágenes de sublevación se confundan con actos revolucionarios, sin embargo, la transmisión de marchas, mítines, quema de automóviles y pintas de bardas tienen un claro tinte de disturbio, que despierta rasgaduras de vestimentas, toma de posturas intelectuales y triunfos anticipados del neoliberalismo que, al menor asomo de lucha callejera, confunden categorías sociales, pero sobre todo complican la conceptualización de los individuos en masa, que ávidos por sentirse protagonistas de una épica para mejorar sus niveles de existencia, aceptan como válido lo que se exhibe en sus monitores.

Por eso debo puntualizar que, para que una acción masiva sea considerada revolución, deben integrarse los siguientes factores: 1) Una crisis de dominación en las clases hegemónicas, que destruya los equilibrios de la estructura económica-legal-política y la supraestructura ideológica-cultural; 2) Una amplísima participación ciudadana involucrada directamente en todos y cada uno de los sectores de la vida social, a fin de poner en entredicho la conservación del estado de cosas imperantes. Dicha participación está dirigida por individuos, organizaciones o partidos con capacidad de convocatoria y mando y, 3) Una nueva directriz para ejercer el poder político-económico y administrativo que sea capaz de no deslizarse hacia el caos, contando con un proyecto de nación, a efecto de emprender la transformación a fondo de los aspectos nodales de un país, edificando así un nuevo orden. Los motines sociales en 2011 son demostraciones para relevar gobernantes dictatoriales, pero no tocan a profundidad la contradictoria esencia de los regímenes. Una prueba de ello es que los militares van a retomar el control mientras se convocan elecciones.

La Historia moderna nos enseña (aún cuando sea desdeñada por el pragmatismo) que la mayoría de las gestas revolucionarias han tenido un perfil liberal, es decir, de corte político, donde lo más importante fue la sustitución de parámetros obsoletos para las clases emergentes que ya no les era suficiente el modelo de dominación. La revolución francesa fue una lucha política para derrocar a la monarquía existente hasta 1789, reemplazándola por una estructura burguesa enmarcada en valores, ideas y relaciones pre-capitalistas que dieran fin a la nobleza e iglesia. Así también pasó con la revoluciones de independencia en América (siglo XIX) y la revolución mexicana de 1910-1917. En contrapartida, las revoluciones sociales implican un cambio total del sistema de vida, por lo que es evidente que los modelos más reconocidos son los que se llevaron a cabo en Rusia y Cuba (principios y mediados del siglo XX), los cuales otorgaron la ocasión para observar el rebase de las organizaciones políticas hasta llegar a transformaciones sociales, tales como: cambio del modo de producción y el control del Estado para la toma de decisiones sociales, administrativas y culturales. Así pues, mientras no haya un derrocamiento de los aparatos legales-represivos e ideológicos no hay revolución social. Punto.

Con dichos antecedentes, los movimientos en Egipto y Libia, por citar los más notorios, son acciones societales hasta cierto punto comprimidos, pero magnificados por el capitalismo globalizante, medios de comunicación e intelectuales orgánicos del unipolarismo. Las supuestas revoluciones originadas por las redes sociales no contienen gérmenes insurgentes que peguen frontalmente contra las bases hegemónicas, ya que estos espacios interpersonales se han conformado para extender coberturas comerciales y de contacto a bote pronto entre los usuarios. Las redes de la red, eso sí, tienen la función de hacer ganar dinero a compañías de bienes y servicios, pero definitivamente no son canales para la destitución de gobiernos.

No deseo restar importancia a las ventajas de las redes sociales como propulsoras de formas innovadoras de comunicación personal y grupal a nivel internacional, pero es claro que afirmar su omnipresencia, como catalizadoras de la universalidad del tercer milenio, es una falacia del tamaño del sol. Que quede claro: no estamos en una butaca de cine viendo las versiones remasterizadas de Mad Max, Terminator, Matrix, Tron o Cuando el destino nos alcance. Los cibernautas no son héroes de las rebeliones hollywoodenses escenificadas en Gladiator o Star Wars. Por tanto, es imprescindible guardar sana distancia para no asumir que gracias a la comunidad twiteriana o feisbukiana la Tierra se acercará a la concreción del mundo feliz, como lo planteó en su libro Aldous Huxley. En el mundo de la vida, dice Jürgen Habermas (1) las transformaciones tienen que ver con los fenómenos de legitimación de las estructuras y supraestructuras del capitalismo, por lo que resulta simplista ceder al coqueteo que afirma que la internet desbancó a la capacidad de la acción sociopolítica, fundamentada en las contradicciones entre el modelo impuesto como auténtico y las condiciones materiales que viven las sociedades.

Más allá de la vorágine coyuntural, enunciaré algunas hipótesis que flotan en el ambiente, con el objeto de proporcionar un centro crítico y objetivo a los análisis que se realicen sobre lo que está ocurriendo en países de Medio Oriente y África, tal y como sigue:

Hipótesis 1: Facebook y Twitter: las nuevas antorchas revolucionarias.
A partir de esta suposición la convivencia humana, laboral, profesional y política no es más la condición sine qua non para la evolución social, pues basta inscribirse en los portales más famosos del internet para desarrollar nuevas virtudes de coexistencia. La moda instaurada es pensar que la ratificación o derrumbe de patrones de pensamiento y desenvolvimiento personal y grupal no pasan por la decantación del contacto familiar, corporativo, partidista o laboral, sino por el intercambio lacónico de ideas sobrepuestas en las redes sociales, donde lo mismo da ponerse un sobrenombre, colocar fotografías arregladas con photoshop y frases sacadas de recetarios poéticos o manuales del “Che”, editados por compañías de ropa como Furor o Guess (que han hecho de Ernesto Guevara de la Serna un icono del fashion juvenil); que permanecer a la expectativa, de manera pasiva, de lo que se “habla” en las pantallas sin mediar sinapsis cerebral.

Los apologistas del internet repiten sin cesar que sólo basta una oración de repudio o una invitación en las redes sociales para despertar la consciencia. No hay asomo de explotaciones, discriminaciones, intimidaciones, miserias materiales, enfermedades, detenciones, desapariciones e injusticias, pues sólo basta que alguien no tenga empatía por el otro o los otros, paras detonar levantamientos. Para ellos la lucha de clases ocurrió en la era paleolítica y solamente perdura la voluntad de salir a la calle, vociferar y llamar la atención. Para los países altamente desarrollados que tienen múltiples intereses geopolíticos es redituable embrollar a las masas y hacer creer que las redes sociales son las nuevas antorchas libertarias. Muchas, muchísimas personas se apropian de esta “filosofía”, se encierran en sus habitaciones y permanecen en latencia ante las noticias de promociones departamentales o convocatorias a marchas por la conservación de iguanas tropicales. Paradójicamente contra la violencia, prostitución y trata de menores, injusticias sociales y económicas, juicios políticos a gobernantes ineptos, nada, absolutamente nada.

Intereses capitalistas e internet constituyen la fórmula posmoderna que eleva al estrellato a artistas, escritores, gobernantes y empresarios, pero también es capaz de deponer a los “malvados opositores de la globalización”, tratados de libre comercio o rebeldes que no siguen los dictados del primer mundo y sus empresas transnacionales.

Hipótesis 2: Estados Unidos de Norteamérica el gran guardián y constructor de la “revolución globalizada”.
¿Por qué el inmenso interés de las agencias de noticias, empresas de comunicación y gobiernos del mundo en los movimientos de países árabes? ¿En verdad hay una urgencia por despertar la libertad y justicia de pueblos sometidos a dictaduras que por muchos años fueron permitidas por los centros de poder capitalistas? ¿El mundo occidental no soporta más dictaduras? Las preguntas no generan explicaciones certeras acerca de lo que verdaderamente está pasando en Egipto y Libia, pero los discursos de los países capitalistas desarrollados dejan ver que detrás del show mediático se mueven intereses económicos y de seguridad internacional que traspasan las suposiciones moralistas y simplistas de correcto o incorrecto.

África del norte además de contar con rutas de enlace con Medio Oriente, países del Este y Europa tiene reservas probadas de petróleo y éste representa la mejor “excusa” para la generación de disturbios manejados a control remoto. Libia no provoca interés como nación al G-8, pero sí es relevante porque ocupa el noveno lugar mundial en producción de hidrocarburos. Egipto, aparte de ser considerada cuna de la civilización antigua, importa porque está al lado del Canal de Suez y hace frontera con Arabia Saudita y con la zona en conflicto judío-palestino. Después de más de tres décadas de fustigamiento estadounidense y acuerdos secretos con Gadafi, los servicios de inteligencia mundiales, pero principalmente la CIA presionaron lo suficiente a distintos gobiernos con el supuesto de que es mejor originar cambios políticos, a fin de que los militares educados en instituciones norteamericanas y con armas y equipos occidentales retomen el poder real, teniendo como fachada la figura de administraciones civiles.

Capital, petróleo y control geográfico son los grandes motivadores de la maquinaria comunicacional para derrumbar a los enemigos del equilibrio en la zona, preparando terreno a la intervención bélica y los procesos posteriores de ocupación y reconstrucción. Afganistán Irak son dos casos recientes de esta táctica intervencionista, que nos sirven como marco referencial para pronosticar los pasos que seguirán a las caídas de los regímenes egipcios y libios.

Extrañamente, esta estrategia no es expandida hacia otras regiones del orbe, toda vez que para los objetivos del capitalismo es más redituable fijar posiciones en coordenadas de gran impacto industrial comercial y bursátil, que gastar fondos y esfuerzos en áreas como la Polinesia, África central o centro y suramérica donde desde los años noventa del siglo XX persisten instrumentos funcionales de conveniencia política. Cuando surgen brotes de peligro como guerras intestinas, corte de suministros petroleros, recursos materiales y conflictos económico/religiosos ahí estará la mano del Big Brother, insertado en la ONU, Comunidad Europea, OTAN, FMI, BM y grupos de poder, para evitar a toda costa la proliferación de secuencias negativas en producción, venta y especulación en empresas, bancos y bolsas de valores.

Hipótesis 3: Los militares árabes y grupos dominantes en la zona operaron simultáneamente para la construcción de una asonada sin armas por medio de la incitación masiva.
Las transiciones no siempre provienen del levantamiento organizado y consciente de las clases sociales que disputan la supremacía del sistema de vida, ya que en repetidas ocasiones éstas se originan en concilios donde influyen el temor de perder dominación efectiva. Antes de que sectores intermedios tomen el control, la iniciativa privada, militares y grupos élite llegan a convenios, a fin de acomodar el eje de discordias y así no caer en anarquía.

Es un hecho que los disturbios en países árabes no surgieron de una evolución progresiva de toma de consciencia y organización social, ya que las demandas se centran en la destitución de los personajes a la cabeza de los regímenes en cuestión. Las fuerzas armadas, líderes religiosos y empresariado están a la espera de “ser llamados” para que se recupere el justo ponderado de equilibrio. Después de Mubarak o Gadafi se vaticinan juntas de reconstrucción nacional, comandados por generales instruidos en West Point, para dar por terminadas las revueltas, procurando reformas que mejoren momentáneamente la calidad de vida de la masa sublevada, pero no más.

Las etapas guerrilleras, de ideología definida, de partidos en efervescencia, de planes de desarrollo con una visión diferente a las estructuras vigentes no están apareciendo como elementos definitorios que otorguen un papel revolucionario a las demandas sociales que son transmitidas y re-transmitidas por los medios de comunicación y mensajes gubernamentales. Las denominadas “revoluciones del tercer milenio” están atadas a hilos invisibles que tienen como meta la preservación económica (industria del petróleo, de venta de armamento, de reconstrucción de edificios, puentes, carreteras, casas e industrias y de dominio de pasos marítimo-terrestres y aéreos). En la mente de los Estados supranacionales está fija la idea de que es preferible operar insurrecciones contra mandatarios vetustos, que dar cabida a cambios no controlables y por ende críticos, como los sucedidos en Centroamérica, Oriente Medio, Asia costera y África meridional a finales de la década de los setenta del siglo pasado.

El internet ¿Sirve para algo? Sí, mucho, pero en las cuestiones concernientes a transformaciones radicales en asuntos sociales, económicos y políticos no tanto, en virtud que las colectividades nacionales requieren de organizaciones, partidos bien definidos, liderazgos horizontales, asambleas y una serie de decisiones que partan de la base. No es con rabia contenida, entusiasmo, quema de autobuses, castigo corpóreo de enemigos a la mano, incitación a la migración o enunciados de tres líneas en las redes sociales como se va a transformar a fondo un país.

A manera de epílogo.

En México hablar de cambio cobra sentido cuando se interiorizan los principios y valores infundidos por las clases dominantes. Desde hace muchos decenios se ha hecho creer -a pie puntillas- que sigue vigente la revolución zapatista, villista, carrancista, callistas, obregonista y cardenista y que sólo faltan reajustes constitucionales y actitudes modernas para derrocar la antidemocracia, miseria, corrupción y violencia todavía existente. Las transformaciones son vistas ahora como una saga inacabable de alternancia, sujeción a preceptos de bonanza que no alcanzan a concretarse y a la influencia del marketing que destierra la capacidad de análisis y crítica en las personas.

Así pues, en la mente de millones de personas enajenadas en los centros de educativos, iglesias y por la preponderancia de empresas comunicativas (televisión, radio, cine, periódicos, revistas, internet, etc.), las revoluciones deben darse en otras partes del globo terráqueo, pues se acepta como válido que allá sí carecen de todo lo que el sistema político mexicano ha brindado a las masas desposeídas. Allá, en el sur de América, en Asia y África sí deben hacerse revoluciones. Por ello es que en el imaginario societal se apoya a lo que huela a insubordinación, siempre y cuando sea al otro lado de las fronteras.

Los mexicanos y buena parte de “países en desarrollo” no hemos sido siquiera capaces de orquestar marchas contra la discriminación de los pueblos indígenas, de madres y mujeres violadas, de la violencia provocada por el crimen organizado o contra la irresponsabilidad e ineficacia de los gobiernos que cada vez más hunden a las mayorías en la miseria extrema. Allá, en la lejanía todo es posible, pero acá, nada de nada. La contradicción de la contradicción, ni más ni menos.

¿Qué nos toca hacer? Seguir trabajando en nuestras trincheras, como topos si se quiere, porque algún día las próximas generaciones verán la luz. B.H.G. Ω

(1) Habermas, Jürgen. Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Editorial Amorrortu, Argentina, 1980.

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