ANÁLISIS POLÍTICO Y SOCIAL, MANEJO DE CRISIS, MARKETING, COMUNICACIÓN Y ALTA DIRECCIÓN

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lunes, 1 de noviembre de 2010

LOS SECRETOS DE LAS PALABRAS QUE SE UTILIZAN EN LA POLÍTICA


EL SECRETO DE LAS PALABRAS QUE SE USAN EN POLÍTICA
Por Baltasar Hernández Gómez


Las palabras no son puramente pautas lingüísticas para denotar las apreciaciones de los sujetos sociales, sino símbolos para connotar y dar significado profundo al mundo de la vida. Las culturas milenarias creían que las palabras no nombraban a las cosas, sino que las hacían aparecer en la mente de los observadores y luego entonces, los sujetos y objetos existían en cuanto se les pensaba o pronunciaba. La humanidad no nació del traspaso biológico del mono al Hombre, sino de la interiorización del poder de abstracción para conceptualizar lo que se es y lo que se quiere llegar a ser. A partir de este proceso de incorporación profunda el Hombre atesoró la comprensión explícita e implícita de las cosas, guardando el contexto en el que aparecen y permanecen los otros seres [vivos o inertes], a través de esencias, contornos, colores, texturas, sonidos, sabores y olores.

Para los pueblos de la antigüedad la pronunciación de una palabra encarnaba el poder para ponerse en contacto con lo visible e invisible del cosmos y en ello iba la gran responsabilidad para convocar o no a las fortalezas o debilidades de su presencia. Un recién nacido recibía su nombre valorando la certeza de su hábitat natural, social, religioso y familiar, el cual era empalmado con la fecha, gen, lugar, tradición y características morfológicas, ya que no era algo trivial venir al mundo. Las cosas existían por el hecho de emplazar la palabra, pues materializaba la esencia misma de su razón de ser: desde el microbio hasta la luz proveniente del sol y las estrellas, tenían una trascendencia para el Hombre.

Las palabras se convirtieron en llaves de acceso a la concreto de la existencia, pero también al potencial de lo que no es apreciado a simple vista. La palabra cobró entonces el poder de honorabilidad, responsabilidad, orgullo, pertenencia y prospección. “Doy mi palabra” fue la firma de la humanidad para empeñar su desarrollo material y espiritual, así como la consecución de ideas, actos y proyectos. A pesar de que este juicio se ha ido disipando, debido a que el videns fue colocado por encima de la capacidad pensamental del Hombre [que se origina de la observación, análisis y confrontación del aquí y ahora con el universo], la palabra sigue teniendo la secreta fuerza connotativa que no sólo es capaz de describir, sino de develar lo que está escondido. Muchos no lo saben y algunos lo intuyen, pero no se acercan la utilizan.

En política, las palabras se convirtieron en términos, conceptos y categorías para clasificar los pensamientos, teorías y leyes en los diferentes estadios históricos de la humanidad, lo que ha servido para entender los por qué y para qué de la res- pública. La Polis griega creía fielmente en la importancia de las nomenclaturas, en virtud de que ellas se conquistaban con la congruencia entre el pensar, decir y hacer de los ciudadanos, a partir del desempeño en el hogar, trabajo y vida comunitaria. Con el paso del tiempo las palabras fueron entendidas como motores de persuasión en la exposición de intereses de líderes o grupos dominantes, a fin de asegurar aceptación en las masas, olvidándose de la jerarquización y significado profundo de éstas como portales para ingresar a niveles superiores de convivencia armónica. La palabra fue entendida como parte de la gramática y la oratoria, es decir, fragmento intrínseco del lenguaje perteneciente a los detentadores del poder.

En el siglo XXI las palabras han sido corrompidas, pues como aseguró el premio Nobel de literatura Octavio Paz: “Cuando una sociedad está corrompida, su lenguaje también lo está” y esto es comprobable en el utilitarismo capitalista, basado en el valor de cambio y no en el de uso, que da a las palabras una posición puramente lingüística al servicio de la mercadotecnia, lo cual permuta las propiedades por simples delineaciones insustanciales. Lo mismo es agua que refresco. Lo mismo es democracia que autoritarismo disfrazado de sistema político libertario. Lo mismo da decir una cosa, pensar en otra y luego hacer algo diametralmente opuesto. Las palabras fueron arrumbadas en el cuadrante denotativo: se entienden cuando aparecen junto a representaciones asociadas- obviamente con formas alteradas para alcanzar los fines que persiguen sus productores-. La comunicación de masas estableció que lo que se advierte es entendible para la mayoría de receptores, sirviendo para el arraigo al consumismo. Por el contrario, lo que no se ve escucha no existe, así de sencillo.

El nombre de un sujeto, ley, conocimiento, objeto, institución o creencia se visualiza como el modo más cómodo para la clasificación de sus márgenes, despreciando sus contenidos. Pablo es Pablo en tanto es un niño vinculado por lazos sanguíneos, que juguetea alrededor de la mesa. Se obvia que Pablo es un ser humano con dudas, incomprensiones, pasiones y acciones que se desarrollan en su particular perspectiva, pero al mismo tiempo que debe estar supeditado a los parámetros que consideramos válidos para todos. Marifer es una niña que es apreciada en tanto vive de acuerdo a los modelos impuestos por sus padres, inmersa en la retahíla de axiomas establecidos, sin embargo, ella ve y siente cosas distintas a las que aprende en la escuela o le dicen sus tíos. Las palabras para ellos tienen algo de “mágico” que los adultos hemos perdido. Ambos infantes son lo que son, independientemente de la denotación niño/niña que los encasilla como inexpertos, quejumbrosos e inhábiles (pensamiento por demás inadmisible, pero que mucha gente acepta como auténtico).

En el plano político las palabras se han superpuesto a los conceptos de bienestar en comunidad, de honestidad, responsabilidad y compromiso. Las palabras, convertidas en discursos, imágenes, trazos y música, esconden los intereses de quienes las emiten, pues lo importante es llegar al umbral donde se controlan los poderes de la economía y la política, así como de la supraestructura ideológica-cultural. Democracia no es más la autoridad del pueblo, sino el régimen autorizado por los países avanzados para que los Estados y sus clases hegemónicas sigan ejerciendo dominación. La democracia, diría Carlos Monsiváis, es una especie de “demosgracias” que sume a los ciudadanos mexicanos en somnolencias proactivas cada tres o seis años, a fin de perpetuar el paradigma procedimental del sistema político partidista instaurado en la década de los 70´s, readecuada en los 80´s y continuamente reformada en los decenios subsecuentes.

El uso de las palabras en política envuelve las intenciones del Estado, gobierno y partidos, pero no para exteriorizar objetividad y verdad, sino para encubrir la concreción de las vivencias sociales en un mar de supuestas esperanzas que se van renovando ad infinitum en cada campaña, en cada slogan, en cada nuevo nombre de candidato que se lanza a la aventura de capturar el mayor número de votos, a fin de posicionar exitosamente su aspiración de poder. ¡Es por ti! ¡Arriba y adelante! ¡El futuro es de todos! ¡Porque sí sé lo que hago! ¡La solución somos todos! ¡Por tiempos mejores! ¡Solidaridad! ¡Esperanza! ¡El sol nace para todos! ¡Ahora sí! Si es cierto lo que establece Emerson, el Hombre es simplemente la mitad de él mismo y su otra parte igualitaria el lenguaje, o sea, su forma esencial de decir, exteriorizar y tratar de abordar congruentemente su existencia.

En el tercer milenio el lenguaje degradado de la politiquería, que emplean los que viven de la política no representa evolución alguna para que la sociedad conviva mejor, sino por el contrario, las palabras propagadas contienen el genoma modificado para llevar a cabo un fin perverso, lo que trae consigo una involución para dejarse llevar por la ola homogeneizadora. Mientras no haya una transformación en el modo de ver las cosas que suceden en la realidad, el lenguaje seguirá utilizándose como un simple texto. Sólo si hubiera un cambio de visión habría una permuta en el lenguaje, y en este sentido las palabras debieran abordar el punto de vista interdisciplinario de las ciencias, que aún está en proceso de edificación, mediante el cual puedan tratarse los asuntos del Hombre desde la globalidad de los modelos científicos, del arte y la cultura. Un claro ejemplo podría ser la poesía, que es el lenguaje originado en lo más profundo del ser humano, que enarbola sensibilidad, sentimientos de amor, estética, objetividad y subjetividad de quienes la producen viendo al mundo como un universo en sí mismo.

Hasta ese instante, las palabras recobrarán su razón de ser, porque si se analiza lo que proponen políticos y gobernantes sólo observamos que sale a la luz pública un conjunto de palabras de engaño y fantasía, por decir lo menos. Cuando política personifique la acción más digna del ser humano en su búsqueda por estadios de vida feliz; cuando democracia sea el gobierno de las mayorías sin aplastar la diversidad de las llamadas “minorías”; cuando gobierno sea el conjunto de mujeres y hombres que buscan el bienestar común; cuando partido sea crisol de las aspiraciones y necesidades de un sector de la población y aparezca la defensa contra ineficaces administraciones; cuando las elecciones no sean analogía de gasto oneroso por publicidad, folletos, spots y ocultamiento de intereses del Estado…………..luego entonces las palabras reivindicarán su significado real.

Ante las nefastas contradicciones surgidas desde las entrañas de los aparatos estructurales y supraestructurales de los Estados modernos, no hay que confundir -ni por equivocación- unas cosas por otras: jamás debe empatarse el juicio de que nación es igual a las ocurrencias del presidente de la República en turno. Nunca creer que la felicidad es lo mismo a las “bondades” de la comida y bebida promovida por empresas transnacionales. Jamás pensar que la política es propiedad de los partidos políticos, gobernantes, legisladores y jueces. Nunca idealizar que la guerra contra el narcotráfico es de los 110 millones de mexicanos. Jamás suponer que la transición democrática es lo mismo que Fox Quesada, Calderón Hinojosa o los nuevos políticos que desean ser erigidos como próceres con el sustento del imperio mediático. Nunca confundir que cultura es lo mismo a libros y películas producidas por consorcios televisivos, empresas de cine, video-juegos o revistas. Jamás conceptualizar que diversión es igual a ring de lucha libre, talk-shows o programas de concursos y sorteos, que venden la idea de que todos pueden llegar a convertirse en peleadores invencibles o millonarios con un “poco de suerte”.

Antes de proferir palabras hay que meditarlas porque ellas guardan el secreto de la fuerza vital de la representación del cosmos. La mayoría construye, pero hay algunas que pueden destruir no sólo a adversarios, sino a la humanidad. Hay que comunicar utilizando palabras que igualen el valor de los hechos, a fin de darle sentido a las realizaciones del Hombre en sociedad. B.H.G Ω

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