ANÁLISIS POLÍTICO Y SOCIAL, MANEJO DE CRISIS, MARKETING, COMUNICACIÓN Y ALTA DIRECCIÓN

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lunes, 1 de junio de 2009

SUSTRATO IDEOLÓGICO Y ACCIÓN POLÍTICA DE LOS MEXICANOS


SUSTRATO IDEOLÓGICO Y ACCIÓN POLÍTICA DE LOS MEXICANOS
Una introspectiva para revalorar la política
Por Baltasar Hernández Gómez


Gran parte de la desesperanza y los fracasos en política es siempre atribuida a los actores sociales. El descrédito de las democracias occidentales representativas, sus contradictorios logros y la cada vez menos participación de votantes ante el llamado de los subsistemas electorales, para avalar la legalidad/legitimidad de los gobernantes, son cuestiones que las instituciones de los Estados modernos revierten a la ciudadanía en un interminable engarzamiento de culpas. Las instituciones públicas (que pertenecen a la clase política) transmiten la idea de que la abstención, apatía y desinterés social son productos del desgano para construir futuros mejores.

Los aparatos gubernamentales sólo asumen un porcentaje minúsculo de la baja credibilidad de los sistemas políticos democráticos, asumiendo errores procedimentales en la organización electoral, malas administraciones públicas o políticos que han fallado en sus funciones. En la acción sociopolítica y el ideario colectivo subyace lo que se ha denominado “sustrato ideológico” (1), que inunda la interioridad de cada pensamiento o acto de los individuos identificados con sus estructuras normativas y de convivencia, pero no tan sólo en su existencia presente, sino en la retrospección de etapas históricas que precedieron, interconectadas con el futuro que anhelan. Esta persistencia ideológica que no aparece visible, es la que mueve consciencias y sirve de resorte para la actuación social.

En el caso de México, el sustrato ideológico se refleja en un ir y venir de la historia nacional que ha pretendido fusionar la dominación azteca, que privilegió el respeto y reverencia al Tlatoani (2); la reminiscencia árabe-castellanizada de admiración y obediencia hacia el caudillo; la reverencia a la figura monárquica europea, y el legado de control vertical del que fuera -hasta el año 2000- el partido hegemónico (primero PNR, luego PRM y actualmente PRI). En lo intangible de los razonamientos acerca de la vida política mexicana está situada la tangibilidad de la cultura mestiza de hacer creer que los sujetos sociales son vasallos de los designios provenientes de “arriba” o cumplidores del mandato cuasi divino de la patria.

No obstante que la mexicaneidad ha hecho suya las ideas de modernidad y desarrollo, es decir, de saberse perteneciente a la civilización occidental -que pone en la cúspide de realizaciones al capitalismo y la democracia- no deja de sentirse heredera de la “raza de bronce mixturada con lo hispano-europeo”. El sustrato ideológico cobra vida en la toma de decisiones políticas, a través de dejar hacer al otro, al superior, o bien, al enorme peso del vacío, para no cambiar el “orden cósmico” de la realidad actual y en cierne. El mexicano nace como heredero del pasado, porque no tiene integralmente definida una identidad nacional o personal y no amalgama lo ya vivido con el presente y mucho menos proyecta hacia el futuro.

En este punto es cuando la contradicción de los conceptos estalla: la idea del progreso está fijada en una línea histórica “hacia adelante”, que hace suponer que desde la transformación del mono al Hombre, la humanidad y cada nación camina hacia el paraíso (3). Entre la tradición de lo mexicano y la perspectiva de que siguiendo la ruta del progreso vendrán estadios de vida a plenitud hay un abismo, que confunde el quehacer político para edificar un país más próspero e independiente.

El mexicano se paraliza porque no sabe a dónde ir, porque el pasado no es rescatado para concretar acontecimientos presentes. El tiempo a la mexicana se detiene en el inmovilismo por estar volteando a cada rato a la edad de oro prehispánica, a lo que se perdió en la Conquista, a lo que no se realizó en la Independencia, a lo que no debió ser en la Revolución y a lo que se ha permitido realizar por más de 70 años del siglo XX. México y los mexicanos son proyectos inconclusos, que no acaban de conformar una existencia, pues existir implica proyectarse másallá de lo coyuntural.

Por muchos sexenios el principio y fin del mexicano se sintetiza en los pasajes de la historia oficial, en los héroes o villanos, en los avances y retrocesos, así como en la permanencia de un sistema político autoritario y antidemocrático. Cuando la fase capitalista global impuso su ideología neoliberal, el ciclo “empieza-termina” sufrió un viraje de 180º: el principio quedó en el ayer nacionalista-liberal-revolucionario y el final idílico tomó forma en la inserción a la maquinaria global.

Por eso el mexicano recrea mitos y los posiciona como parte de su ser (íntimo y colectivo), porque el mito es memoria persistente que ha dejado tatuado el carácter indígena-mestizo, aguantador, disciplinado, guadalupano, fiel, respetuoso de investiduras y crédulo. El mito reproduce un modo de vida sui generis que acepta parámetros de orden y obediencia a los resultados obtenidos en luchas pasadas, pero que se regodea en lo inamovible de que ya no hay más por hacer.

Desde la llegada de presidentes civiles (4) el sustrato ideológico fue usado como ensamble de lo nuestro con lo externo, logrando así moldear a los depositarios de la herencia de Cuauhtémoc, Morelos, Juárez, Madero, Zapata, Villa, Carranza, Obregón, Calles y Cárdenas con la civilización occidental, basándose en la eficacia de la tecnología y la ganancia económica. En la era priísta, El Poder Ejecutivo se convirtió en el crisol del pasado, presente y futuro. Los presidentes fueron los capitanes de un barco llamado México, a los cuales debía de obedecérseles incondicionalmente. En esta investidura quedaron remachadas las facultades constitucionales y metaconstitucionales del que todo lo puede, del que todo se le permite y del que todo lo hace.

Con la llegada de los tecnócratas al poder (algunos politólogos, incluido yo, establecen que este abordaje se cristalizó en el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado [1982-1988]) el mito del mexicano tuvo readecuaciones sustanciales, pues los portadores de la máscara de guerrero águila iban a ser ahora los heraldos del progreso neoliberal (5), desprovistos de nacionalismos y revolucionarismos. El mito mexicano iba a ser, a partir de esta nueva concepción, un recetario de conductas afines al sistema político y económico, aderezado con valores y principios institucionalizados por los aparatos ideológicos del Estado posmoderno.

Desde el año 2000, traspasando la caricatura del ex-presidente Vicente Fox y compañía, se reinventó el sustrato ideológico de los mexicanos, para amasar un nuevo tipo de comportamiento político: el voto apareció como el arma procedimental para fortalecer el sistema de representación democrática y la idea de transición aterciopelada, que no fue más que alternancia. El mexicano fue introducido al imperio de la mediatización para que su desempeño social estuviera regido por patrones de conducta laboral (competitividad, calidad e individualismo) y por la confianza de que su presente y futuro llegarían siempre y cuando participaran en la convocatoria electoral, cada 3 ó 6 años, pero nada más.

El Partido Acción Nacional (primer partido de oposición que alcanza la primera magistratura en el país, a partir del año 2000) ha sido el nuevo operador de los designios del Estado mexicano, toda vez que reconvino el sustrato ideológico, modernizando su apariencia para hacerlo más atractivo y fácil de digerir: seguimos siendo guerreros, pero sólo ante una caótica realidad de crisis; seguimos siendo nacionalistas, pero pensando siempre en la globalización; seguimos siendo católicos, pero no sólo en el plano privado, sino abiertamente público en las decisiones republicanas; seguimos siendo fieles y crédulos, pero a las exigencias del gran capital y sus empresas, y seguimos siendo leales a la nación, pero ahora con un prisma teñido de color azul y blanco.

Quienes sostienen que hubo transición democrática se equivocan, ya que lo único que se suscitó en el año 2000 fue una reformulación de los controles administrativos-burocráticos, porque la estructura de poder sigue intacta (verticalismo en la toma de decisiones, sometimiento a los requerimientos externos, corrupción que ahora se ha vuelto sofisticadamente tecnificada, nulo proyecto de desarrollo sostenido, explotación en el trabajo, etc.). El Estado no es tan sólo la expresión de la clase dominante, sino al mismo tiempo ésta es producto de la acción del Estado. Si por muchos decenios el PRI fue el agente de control político para poner en marcha los intereses de la clase hegemónica, llegado el momento no tuvo ningún impedimento para colocar a otro partido para captar la voluntad y apoyo de las mayorías, a fin de cerrar el paso a la pérdida de poder y a la desestabilización social (6).

Lo anterior no se pierde en planificaciones de escritorio, ya que el Estado y su gobierno pusieron manos a la obra para hacer la reconversión de vida en los mexicanos del siglo XXI, a través del arma ideológica más importante que tienen: los mass media. El presidente Felipe Calderón refunda el presidencialismo, a través de obras, programas sociales de corto alcance, giras, spots, enlaces nacionales, decretos y reformas a la Constitución, que inmediatamente son transmitidas por periódicos, radio, televisión e internet, para devolver a la investidura del Ejecutivo federal rituales de culto a la personalidad y el aire de mesías salvador.

Los medios masivos de comunicación hacen alarde de su alianza con el poder: cuando la crisis iniciada en EUA y luego a nivel internacional ya no pudo ser disfrazada como “catarrito económico”, los artistas de moda salieron mañana, tarde y noche para infundir entereza a los mexicanos, retrotrayendo los supuestos valores históricos de entrega solidaria, trabajo, paciencia, esperanza, devoción y orden. Desde Lucero hasta Gloria Trevi y otras docenas de artistas aparecieron para dar valor a los mexicanos (7), mientras que en las empresas seguía habiendo despidos, los bancos recogían propiedades, las casas de empeño se atiborraban de enseres domésticos, la economía se comprimía y las monedas extranjeras subían.

La aparición del virus de la influenza humana A H1N1(8) fue también usada como instrumento político (más aún cuando las elecciones federales 2009 ya están en marcha): apariciones a toda hora del presidente Calderón Hinojosa y sus secretarios de Estado, defensa nacionalista por supuesta discriminación en China, Argentina y Francia, pedimento de préstamos, compras exageradas de utensilios y equipos médicos, que inclusive promovieron la adquisición de 6 tráileres como hospitales móviles, que nunca han sido puestos en operación.

En el carnaval mediático en el que estamos sumergidos veo muy difícil que, a corto plazo, incluyendo las próximas elecciones 2012, se pueda dar una transformación consciente, comprometida y responsable del papel proactivo que deben tener los ciudadanos, sobre todo porque en el sustrato ideológico y las prácticas políticas establecidas como válidas, permanecen fuertes cargas de sujeción. A pesar de que los organismos electorales, civiles y empresariales apliquen un sistemático “golpeteo” a la ciudadanía para recordarle la importancia de votar para el bien de la nación, el subsistema electoral está mostrando las fisuras procedimentales por haber erigido una democracia vertical y no horizontal, es decir, que tiene su punto de partida y fin en el acto de sufragar y no de la construcción de relaciones igualitarias y justas en todas y cada una de las realizaciones sociales (casa, escuela, trabajo y trato entre gobernantes y gobernados).

Mientras persista la aceptación de que votar es la cima democrática, mientras la mediatización tome el control de las campañas y mientras no se perfilen condiciones democráticas en las esferas sociales y culturales (micro y macro) los mexicanos estaremos condenados a repetir la espiral de democracia impuesta como instrumento de legitimación y regulación de los controles políticos de la clase dominante, partidos políticos y grupos de interés.

¿Estaremos convictos a seguir repitiendo la simbiosis Tlatoani-vasallo? ¿Seremos siempre clones de la dominación de monarcas transmutados en gobernantes? ¿Viviremos a expensas de proyectos caudillistas que retoman a su antojo los valores de la Independencia, Revolución y el neoliberalismo?

Remato parafraseando un diálogo de un anuncio para venta de camionetas, donde un padre le enseña a su hijo un inmenso campo productivo que heredará en años subsecuentes, el cual ha sido un éxito publicitario: “Todo esto algún día será tuyo………………y la identidad apá”. B.H.G.bbhdezgomez@hotmail.com y baltasarhg@gmail.com
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(1) George Dumézil determina en su obra El hombre y sus mitos que el sustrato ideológico es la permanencia de un sistema de creencias y costumbres en las sociedades, que va incorporándose a los individuos en distintas conformaciones estructurales y supraestructurales (en lo económico, político, social y cultural). Hay una especie de identidad colectiva y personal para la incorporación más o menos modificada de experiencias pasadas en el presente.

(2) El “Huey Tlatoani” era la figura más reverenciada en la cultura mexica, pues revestía a su detentador de poderes políticos y religiosos, para dirigir los destinos de la sociedad prehispánica del Valle de Aztlán y los territorios bajo su dominación. Este término fue interpretado como rey o emperador por los españoles conquistadores, aunque su significado más profundo está referido a la enorme capacidad de oratoria, es decir, el poder del verbo y la escritura, que otorgaba el conocimiento profundo de lo espiritual, del arte de la guerra, de la medicina, entre otros muchos aspectos.

(3) Hay que recordar que la cultura occidental debe mucho al cristianismo la idea del Edén o Paraíso, que es una representación simbólica del final feliz de las sociedades que alcanzan sus objetivos más sublimes, bajo el esquema de fe extrema hacia un Dios que se materializó, murió y renació para salvar al Hombre de todos sus pecados.

(4) A partir de 1940 los presidentes de la República son civiles, hombres adheridos a la disciplina jerárquica partidista (el PRI hasta el año 2000) y con experiencia política-administrativa. Los militares fueron totalmente separados de los puestos públicos y cargos de elección popular y se concentraron en las instituciones de la Defensa Nacional y Marina como salvaguardas de la soberanía nacional.

(5) Como señala Roderic Ai Camp en su libro Las élites de poder en México, los funcionarios y políticos tecnócratas irrumpieron en la década de los ochenta en la vida en la estructura del partido hegemónico y en las esferas de decisión gubernamental. Un rasgo característico que los define es su entrenamiento profesional en áreas tecnificadas de la economía, finanzas, ciencia política, etc. En escuelas del extranjero y principalmente de los Estados Unidos de Norteamérica. Véanse los caso de Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo Ponce de León, Luis Donaldo Colosio, Pedro Aspe Armella, entre otros muchos gobernantes y funcionarios en el periodo de 1982-2000.

(6) Samuel P. Huntington ha establecido que las transiciones políticas se concretan cuando existen fuertes movimientos sociales provocados por disfuncionalidades en la dirección gubernamental, que desestabilizan los comandos de control del poder. Dice que la transición es un mecanismo que puede ser provocado por el Estado y la clase dominante para preservar su supremacía, o bien, provocada por las clases emergentes que quieren imponer nuevas condiciones estructurales/supraestructurales. Señala que la transición puede también originarse en la base societal, pero que ésta es muy difícil de avizorar sus alcances.

(7) Durante los meses de enero y febrero el consorcio multidivisional de comunicación Televisa se dio a la tarea de transmitir por todos sus canales spots donde sus estrellas del espectáculo hacían alarde de la valentía y el tesón de los mexicanos, para hacer frente a momentos difíciles. Esto en clara alusión al impacto de la crisis económica mundial en la mayoría de los hogares.

(8) El 23 de abril de 2009 inicia la alerta nacional del virus de influenza humana, versión mutación porcina, que ha permeado las prácticas médicas y la conducta social de los mexicanos. Se aprecia zozobra por el posible contagio de la enfermedad y la incredulidad ampliada por la alarma encendida por el gobierno calderonista, que para muchos (a catorce días de implementadas las medidas de control) es un distractor para desatender la crisis económica y las elecciones federales y estatales intermedias.

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