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lunes, 27 de abril de 2009

INFLUENZA EN MÉXICO: MÁS ALLÁ DE LA SALUD PÚBLICA


INFLUENZA EN MÉXICO: MÁS ALLÁ DE LA SALUD PÚBLICA.
Por Baltasar Hernández Gómez

Ante el torbellino de mensajes del gobierno mexicano para prevenir la extensión del brote de influenza, nos debe quedar muy en claro que esta epidemia virulenta no sólo es una alerta de salud pública, sino otra prueba más de los riesgos colaterales, que trae consigo la globalización, que en este caso ataca en primera instancia el valor más importante del ser humano: la vida, pero que también acarrea cambios sociales y culturales.

Por la experiencia asumida, los discursos políticos para el tratamiento de repercusiones sociales y económicas siempre han tenido como meta disminuir el impacto negativo de los sucesos, para que la población no caiga en pánico. Sin embargo, si esta política es traspolada a la epidemia viral que azota a México y otros países, lo más seguro es que al decir “tomen precauciones”, hay un ocultamiento de la verdadera magnitud del asunto.

Por el momento se sabe que la transmisión de influenza (gripe porcina) entre los humanos ocurre de la misma manera que la influenza estacional: al tocar algo/alguien con virus de influenza y luego tocando su boca o nariz, y por medio de tos o estornudo. La sintomatología es que los individuos infectados presentan fiebre súbita, tos, congestionamiento nasal, dolor muscular, diarrea, vómito y fatiga extrema.

Ante este cuadro, la Secretaría de Salud ha emitido una serie de recomendaciones que, si bien son de carácter clínico, trascienden los límites de la medicina, porque abordan cuestiones eminentemente sociales. Los spots y conferencias de prensa de las instituciones mexicanas insisten que las personas no deben saludar de beso ni de mano; no compartir alimentos, vasos o cubiertos; ventilar y permitir la entrada de sol en la casa, las oficinas y en todos los lugares cerrados; lavarse las manos frecuentemente con agua y jabón; mantener limpias las cubiertas de cocina y baños, manijas y barandales, así como juguetes, teléfonos u objetos de uso común.

Pero aún más: abrigarse y evitar cambios bruscos de temperatura; no fumar en lugares cerrados ni cerca de niños, ancianos o enfermos; no asistir a lugares concurridos; toser con el ángulo interno del codo; andar con cubre-bocas; evitar exposición a contaminantes ambientales, y buscar atención médica inmediata en caso de presentar los síntomas descritos.

Como se observa, el compendio de acciones preventivas contra esta epidemia incluye el uso del sentido común y los cuidados médicos, pero también es abarcativo del quehacer social. En lo primero que quiero insistir es que el miedo y la incertidumbre han hecho más vulnerables a millones de personas en México y el mundo. Si ya existía descrédito por las cada vez más deplorables condiciones materiales de vida existentes, la influenza acabó por posicionar la inseguridad como un factor cotidiano en las relaciones de convivencia y trato de las sociedades modernas.

Hay un sentir generalizado de terror por el país y el mundo, que hace suponer que vamos a seguir enfrentando más y mayores males. El Sida, Ébola, gripa aviar, polución ambiental, radiaciones solares y atómicas, entre otras muchas amenazas, se entremezclan con la pobreza económica, cultural y de valores, que persisten en todos los rincones de la “aldea global”1.

Más allá de elucubrar sobre el origen de la propagación de la influenza, que da rienda suelta a inferir en una maquinación de organismos militares, de espionaje y de tecnologías biológicas, inducida o por falta de control, el hecho es que está presente y provoca la defunción de seres humanos. Ante esta situación alarmante, las medidas de cerco sanitario y tratamiento clínico están procurando que la epidemia sea erradicada, pero las consecuencias del recetario precautorio se extiende por encima de las recomendaciones tradicionales, afectando inexorablemente a la dinámica societal.

Siendo realistas, la influenza tendrá una curva crítica de ascenso, pero en algunas semanas pasará, dejando una secuela de pavor a lo propio y extraño. Ya no serán los contactos sociales del abrazo, apretón de mano y beso, los vínculos más demostrativos de afecto. Uno mismo y los otros andaremos deambulando con la sospecha de ser contagiados. Esto da más contundencia y razón de ser a los valores neoliberales del hiperindividualismo y la competitividad. Es más o menos andar con el pensamiento (sin externarlo) de “Ni me enfermo, ni me enferman”, “Mejor solo que con malas compañías infectadas” y “De que lloren en mi casa, mejor que suelten el llanto en la de ellos”.

La medida de traer cubrebocas, que repito tiene un sentido sanitario oficialista, no es una medida realmente efectiva, sólo esconde la gravedad del caso, pues es ilógico aceptar que un pedazo de tela puede detener el virus. Antes habíamos asistido (en 1985 el terremoto en la Ciudad de México, Distrito Federal y otros fenómenos naturales, como el “Paulina en Acapulco) a escenas dantescas donde miles de personas utilizaron cubrebocas, pero como sencilla protección contra el polvo. Hoy, la semi-máscara viene a remarcar que el mexicano, cerrado culturalmente, es decir, difícil de abrirse a los demás, tiene la ocasión para ponerse un distintivo más de su cerrazón 2.

Debemos encerrarnos, no asistir a lugares públicos innecesariamente: cambiar el hábito de toser y estornudar, anteponiendo el ángulo interior del codo, o bien, agarrando la camisa o blusa y auto-estornudarnos o auto-tosernos; algo similar a repetir las obsesiones de Howard Hughes de comer alimentos previamente sellados en bolsas de plástico, limpiar exageradamente todos los objetos que lo rodeaban, lavarse compulsivamente las manos, vivir encerrado sin luz solar, no dar saludos de mano ni de beso, etc. 3.

En lo macro, México aparece a los ojos del mundo como epicentro productor de esta nueva cepa de influenza y habrá restricciones y supervisión de todos los productos que exportemos. Los turistas que vayan a otras partes serán sometidos a rigurosos controles antes de permitirles acceso. Ambas cosas afectan a la economía nacional, toda vez que seguramente la venta de mercancías y materias primas se reducirá -por lo menos por un tiempo indefinido- y el sector turístico estará contraído por las advertencias de los países para que sus ciudadanos no visiten nuestro país.

Dónde pararán las cosas. A ciencia cierta nadie lo puede pronosticar, pero seguro es que los males a la naturaleza y a la humanidad, producidos por un modelo de desarrollo industrial, que impone como valor supremo la ganancia extrema, aún a costa de explotar al hombre por el hombre y de no cuidar los ecosistemas, se verán incrementados en grado superlativo. Esto trastocará no sólo el modo de vida material, sino la salud, la convivencia y la propia reproducción social. B.H.G.
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1 Desde principios de la década de los años setenta el investigador Herbert McLuhan acuñó el concepto “aldea global” para definir los procesos de interconexión -en escala mundial- entre individuos, organismos y naciones, que generaron y seguirían haciéndolo los medios masivos de comunicación y los avances tecnológicos aplicados.

2 El premio Nobel Octavio Paz, tiene un excelente ensayo sobre este tema, titulado “Máscaras mexicanas”, que está contenido en su famoso libro El laberinto de la soledad, publicado en México por la Editorial Fondo de Cultura Económica.

3 Howard Hughes fue un conocidísimo millonario de los años veinte y treinta de Estados Unidos de Norteamérica, que siendo heredero de fortuna, empresario, cineasta y aviador, sufrió del síndrome de obsesión/compulsión, llegando a tal nivel que vivió sus últimos años en solitario, sin bañarse y sin amigos ni pareja.

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