EL TERROR COMO ARMA POLÍTICA
EL TERROR COMO ARMA POLÍTICA
¿Para quién funciona el terror?
Por Baltasar Hernández Gómez
Cuatro años después de haberse iniciado la Revolución francesa quedó instituido un Comité de Salvación Pública bajo el comando de Maximiliano Robespierre y un directorio de líderes jacobinos, con la finalidad de preservar los valores de igualdad, libertad y fraternidad promulgados como columna vertebral del movimiento democrático de los Estados generales. En la práctica, dicho Consejo funcionó como inquisición liberal, que dio lugar a la fundación del terror, como arma política para someter a los “enemigos” del régimen.
Todo lo que fuera denunciado como “contrarrevolucionario” (las acusaciones provinieron del rumor, acusaciones de vecinos y las intrigas de la Asamblea Nacional) era etiquetado como nocivo para la sociedad estamental de Francia del siglo XVIII. Los culpables eran ejecutados en la guillotina o la horca por contravenir a los intereses más altos de la patria. Este periodo (1793-1794) ha sido denominado la época del terror, que arrojó una cifra aproximada de cuarenta mil víctimas.
El terror significó para Robespierre la justicia rápida, severa e inflexible contra toda persona o grupo que generara ideas contrarias a los detentadores del poder. La Revolución francesa tan admirada por ser artífice de las más grandes ideas democráticas, republicanas y humanistas instauró el terror como instrumento represivo, para demostrar que los nuevos Estados iban a ejercer un control férreo para someter a los grupos opositores a la clase política hegemónica. No era suficiente la soberanía representativa y el cuerpo de leyes para asegurar el poder y por eso se puso en marcha la violencia institucionalizada -en grado superlativo- para conservar el orden y la estabilidad.
Este lapso tuvo su fin con la muerte de Robespierre en la guillotina, pero no así la utilización de la fuerza legal contra lo que se percibiera como enemigo de las mayorías. Claro, hay que puntualizar que por mayorías se entendió (y se sigue haciendo) la permanencia de los proyectos e intereses del Estado y la clase dominante. La nomenclatura terror fue borrada del compendio de conceptos políticos democráticos, pero no pasó igual con sus funciones y alcances, pues éste sigue vigente, pero con diferentes formatos.
A partir del siglo XIX los Estados nacionales en Europa y los de reciente creación en América, convirtieron el terror en una praxis de guerra contra los enemigos del sistema, oculto en la legislación y en las instituciones encargadas de salvaguardar el orden público en los países de corte liberal. Así nacieron organismos paramilitares, policiacos y de inteligencia, que se han encargado de dotar información y aplicar correctivos ideológicos y físicos contra todo lo que sea perjudicial para las democracias modernas.
El terror ahora mimetizado en ideología de Estado se encargaría de desterrar las sublevaciones sociales en aras de mantener la estabilidad. Durante el siglo XX, el terror fue invertido: dejó de ser una herramienta bárbara para erigirse como vigilante del establishment. Revolución, comunismo, independencia, fascismo, movimientos libertarios y todo lo que fuera incompatible con los intereses políticos del poder se tornó peligroso. Este fenómeno no aplicó a las represiones masivas o selectivas de las instituciones gubernamentales, pues terror era aquello que hacían los opuestos, llámense rusos, guerrilleros, estudiantes universitarios, cubanos o dictaduras no avaladas por los centros de dominación. Después de la caída del muro de Berlín (1989) los terroristas han tomado el rostro asiático, musulmán y centroamericano(1), de acuerdo a la visión estadounidense de los nuevos villanos del mundo entero.
El cientista social Noam Chomsky apunta que el terrorismo es imputado a los países competidores de las potencias internacionales y pobres. Señala que cuando alguna nación opta por cambiar de rumbo para ejercer su autonomía es acusado de ser nocivo para la salud mundial. El modo de vida capitalista, presumible defensor de la libertad, los derechos humanos y la voluntad soberana se yergue como el detentador del terrorismo. Afirma que Estados Unidos de Norteamérica ha impuesto la creencia (supraestructural y estructural) de que es el amo y señor de los valores supremos de la democracia, utilizando para ello la política del terror.
Si no funcionan las estrategias de espionaje, inteligencia y cooptación, sobrevienen golpes de Estado, guerras y boicots(2). Simbólica y abiertamente es implantada la idea de que los musulmanes y los países disidentes al intervencionismo capitalista quieren la destrucción de Estados Unidos de Norteamérica y del planeta: para ellos el terror porque son terroristas, pues su objetivo es quebrantar la paz y el desarrollo.
En los países alineados al patrocinio del gran capital, el terror ha funcionado como resguardo de los principios y leyes democráticas. En la historia del México contemporáneo, los ejemplos son contundentes: durante el porfiriato los revolucionarios del sur eran reminiscencia del pasado prehispánico y mestizo que debían ser exterminados por las fuerzas federales, para funda una República europeizada. Los revolucionarios del norte eran salvajes que deseaban una democracia imposible de concretizar porque “el pueblo de México no está preparado para la democracia”, de acuerdo a las palabras que promulgó Porfirio Díaz en una entrevista al periodista James Creelman en 1908.
Las luchas sociales de las décadas de los cincuenta y sesenta fueron vistas por el poder como focos problemáticos, pues desorientaban a la juventud, profesionistas, clase trabajadora y sociedad civil con pensamientos “comunistoides”. Lo mismo ocurrió con las reivindicaciones de los años ochenta y noventa, que fueron considerados como intentos contestatarios a los controles impuestos por los regímenes posrevolucionarios(3).
Con la aparición del neozapatismo el gobierno de Carlos Salinas de Gortari quiso situar las demandas indígenas-campesinas en el rincón de la guerrilla rural, que evocaba desestabilidad y una vuelta al pasado. Las administraciones de Ernesto Zedillo Ponce de León y de Vicente Fox Quesada quisieron incorporar al EZLN dentro de los cánones del modelo democrático, tratando de mostrar que las exigencias de este grupo armado se reducían al estado de Chiapas y que eran consecuencia del olvido de gobiernos anteriores. El terror consistió en hacerlos pasar como terroristas selváticos que se oponían al progreso neoliberal, que era la vía para que el país se colocara en los primeros lugares de la economía global(4).
¿Hasta aquí termina el uso del terror contra los terroristas en México? Creo que no. Si bien esta política de control y aniquilación de disfuncionalidades había sido empleada contra los enemigos del status quo, es decir, contra los actores políticos que se rebelaban contra el Estado, el terror ahora es reconvenido contra personajes y organismos, que de hecho están insertados en el sistema político, o sea, alineados de una u otra forma a las reglas del poder. Así se llegó en un tiempo a distinguir que los priístas habían sido terroristas que dejaron las arcas del país vacías y un sinnúmero de procedimientos políticos administrativos corruptos y antidemocráticos.
El PRD también fue encasillado en esta corriente, toda vez que el “mesianismo” de sus líderes y los métodos de protesta infligieron terror a las “personas de bien”. Hoy por hoy para muchos mexicanos este partido y López Obrador representan la convocatoria a reyertas, golpes, paralización de la vida nacional, totalitarismo y caos.
Más aún, la utilización de los medios masivos de comunicación deja cuentas pendientes en este rubro, ya que los acontecimientos de gran impacto para la sociedad son tratados en este mismo tenor. Quienes están contra las políticas de oportunidades, changarrismo, autos para todos, becas familiares y estudiantiles, apoyo a micronegocios, medidas de contención inflacionaria, pago de la deuda, privatizaciones de empresas públicas, reformas energéticas y seguro popular, se convirtieron en terroristas que aspiran a truncar el desarrollo nacional. La crisis económica mundial no debe ser vista como señal de alarma que descubre el mal funcionamiento del sistema capitalista, sino como posibilidad para ser emprendedores y creativos. Cualquier tipo de disidencia es catalogada como promotora del mal que pretende horrorizar a millones de mexicanos que, aún en estado de pobreza y pobreza extrema, guardan la esperanza de mejores estadios de vida.
Con el paso de la influenza A (virus de la gripa porcina H1N1) el terror ha hecho presa a la sociedad: miedo a salir, pavor a relacionarse con familiares, amigos, compañeros de trabajo y ciudadanía que deambula; paralización de las actividades económicas (tanto del sector público como privado), y psicosis ante el futuro que es ahora visto como una interminable cadena de incertidumbres por padecer. El terror atribuye -en lo concreto social e imaginario colectivo- los roles de héroe y villano. Por un lado, los prohombres que desde su espacio gubernamental tratan de que los males se detengan o minimicen, no obstante que aplican desinformación, aprensión, medidas deshumanizadas e ilegales y fuerza pública para alcanzar fines.
Por el otro, los antihéroes que, revestidos de ignorancia y crítica a lo establecido, aparecen como seres infames que siempre van contracorriente de lo que propone el Estado como alternativas para mejorar la calidad de vida. B.H.G. bbhdezgomez@hotmail.com, baltasarhg@gmail.com www.baltasarhernandezgomez.blogspot.com
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(1) La cultura de masas creada por el capitalismo ha creado y recreado héroes cinematográficos y de historietas, que exhiben la figura del occidental demócrata luchando contra los malvados soviéticos, los impredecibles japoneses y chinos, los temibles árabes musulmanes y los primitivos revolucionarios centro y suramericanos. Las películas de James Bond y Misión Imposible, entre otras muchas, dan cuenta del estereotipo forjado para identificar a “buenos y malos”.
(2) Para mayor profundización se debe remitir al libro de este autor norteamericano El terror como política exterior de Estados Unidos, publicado en 2001.
(3) Resulta interesante remitirse a las obras del escritor Francisco Martín Moreno para comprender el estado de cosas prevalecientes en el México del siglo XX, plagado de ideas revolucionarias, desarrollo desigual, pobreza, autoritarismo y represión.
(4) Recuérdese que en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari se implantaron acciones que dejaron ver una recuperación económica, las cuales se tradujeron en programas sociales y obras de gobierno, que auguraban la entrada de México al concierto de naciones del “primer mundo”. Con el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos de Norteamérica y Canadá se aumentó el mito de desarrollo continuo y la bonanza perdurable de todas las clases sociales. Obviamente el despertar de este “Mexican way of life” fue brutal: el error de diciembre de 2004 y Fobaproa constató que México estaba muy, pero muy lejos de ser una economía boyante.
Etiquetas: el terror un arma política en México, el uso del terror para la dominación, la política del terror, política y terror, terrosimo político
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