ANÁLISIS POLÍTICO Y SOCIAL, MANEJO DE CRISIS, MARKETING, COMUNICACIÓN Y ALTA DIRECCIÓN

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viernes, 8 de mayo de 2009

EL ESTADO ASISTENCIALISTA MEXICANO: UN ESPECTÁCULO DE MISERIA POLÍTICA.


EL ESTADO ASISTENCIALISTA MEXICANO: UN ESPECTÁCULO DE MISERIA POLÍTICA.
Por Baltasar Hernández Gómez.

La realidad social parece transmutarse en un performance continuo de shows gubernamentales, presentaciones de artistas que donan dinero, regalos, viajes o electrodomésticos, de teletones que recaudan limosnas, campañas políticas que obsequian despensas, material para la construcción y utensilios para el hogar, así como promociones empresariales que otorgan becas y aparatos para discapacitados. En esta puesta en escena asistencialista se esconden los resultados del neoliberalismo, que han traído estadios de extrema pobreza estructural por la falta de oportunidades educativas, sociales y laborales para cientos de millones de personas en todo el mundo.

En la perspectiva de lo político se ha dado un total desmembramiento del Estado de bienestar, inoperancia del sistema de partidos, ineficacia de la administración pública y nula correspondencia entre gobernantes y gobernados. Lo anterior, es producto de la incapacidad de gestión de las instituciones gubernamentales, que se hacen de “la vista gorda” para proveer de satisfactores económicos, sociales y culturales a la sociedad. En la actualidad hay una política asistencialista, promovida por la clase dominante, empresarios, congregaciones religiosas y organizaciones civiles, que es aceptada por muy buena parte de la ciudadanía, para tratar de demostrar que existe la devolución de una ínfima parte de sus ganancias como “gesto de cooperación social”.

Ante la imposibilidad de crear redes de desarrollo sostenido entre los ciudadanos, los Estados y sus gobiernos desvían la atención de sus descalabros económicos por deficientes planeaciones, intereses de clase que rebasan el tope de equilibrio y presiones de las leyes del mercado globalizado, a través de paliativos, a fin de que un número reducidísimo de ciudadanos tengan o contemplen un pedazo del pastel de prosperidad negada por el desempleo, inflación, inequidad política y explotación en el trabajo. Los regímenes democráticos aspiran regresar a sus bases sociales por medio de programas amparados por el usufructo del sentimentalismo.

Si no hay equipo y mobiliario en la escuela, luego entonces el artista, deportista o empresa exitosa del momento regala computadoras y butacas. Si no existe una política para combatir los problemas de salud pública, la televisora, los candidatos y hasta millones de personas humildes se sienten “obligadas” a aportar recursos para la edificación de centros de reacondicionamiento físico y psicológico.

La irresponsabilidad del Estado es camuflageada con vistosos espectáculos donde aflora el deber de contribución y voluntarismo, teniendo como telón despensas, aportaciones para apadrinar niños de la calle y dotación de ropa y juguetes. Claro está que los gobiernos se regodean al tratar de convencer que dichas prácticas son muestra de la solidaridad social, la cual no puede quedarse impávida ante la carencia de satisfactores tan elementales como comida, vestido, educación, salud y vivienda. En este melodrama se disimulan las pretensiones del Estado para eludir su mandato representativo, evasión de impuestos y acumulación de capitales por parte de fundaciones o asociaciones civiles, que nunca explican su verdadera composición financiera.

El intercambio de favores, bienes y servicios por apoyo al bien común se ha vuelto algo tan natural, que se olvida el estado de cosas deplorable por la privación de condiciones de vida digna, lo cual es derivación del objetivo capitalista para obtener el máximo de ganancia. El asistencialismo es una perversión desde su origen, porque legitima la dominación política, permitiendo la legalización de injusticias. El Estado en lugar de encontrar soluciones definitivas, siembra como válido un circuito sentimentaloide que oculta las contradicciones sociales y económicas.

Los programas asistencialistas resaltan la ayuda a los sectores más vulnerables en lugar de implementar políticas públicas para mejorar la calidad de vida de las mayorías. Con esto se invoca el legado de caridad, fe y esperanza tan largamente esbozado por la religión cristiana, logrando así una nueva forma de clientelismo social y político, que contribuye a la colocación de válvulas de escape para aminorar la presión social. El asistencialismo es una asignación “misericordiosa” para aminorar brotes desestabilizadores en zonas de inseguridad política, y que está fundado en criterios selectivos para la distribución de apoyos, lo que origina discriminación, discrecionalidad de los beneficiarios e insuficiencia premeditada para radicar permanentemente fondos públicos para satisfacer las necesidades más sentidas de la población, que son indiscutiblemente obligaciones del Estado.

Desde finales de la década de los años setenta hasta la fecha, la estrategia asistencialista ofrece respuestas inmediatas y de muy corto alcance a las urgencias de los grupos más necesitados, contrarresta la movilización de exigencias sociales e impide la adopción de programas sustentables que den respuestas definitivas a la desigualdad socioeconómica. Luego entonces, los beneficiarios de “Un kilo de ayuda”, “Teletón”, “Apadrina un huérfano”, “Ayuda al pobre a seguir estudiando”, “Redondeo por la educación”, entre otras decenas de campañas, asumen el rol de clientes agradecidos al gobierno en turno; a las empresas que se hacen visibles con un aura de magnificencia, cuya verdadera pretensión es la venta masiva de sus mercancías; a los medios electrónicos que reposicionan la creencia de que “el gobierno y Dios aprietan, pero no ahorcan”, y a los bancos que se ofrecen como intermediarios del dinero, pero que realmente concentran y manejan discrecionalmente los depósitos en cuentas especiales (como evidencia hay que recordar los casos de captación de fondos por los eventos meteorológicos que causaron inundaciones en Acapulco [1997] y Tabasco [2007]).

Los objetivos del Estado y su clase dominante no sólo pretenden la gratitud social, la evasión de impuestos, el incremento de la venta de productos promocionados por las compañías participantes y un mayor número de votos para el partido gobernante, sino que van más allá, porque la meta es desarticular la relación unificada de la sociedad, que debiera darse orgánicamente entre las clases que padecen carencias endémicas. Esto confluye en una tendencia al individualismo extremo, que niega la vinculación colectiva para exigir los bienes y servicios a que tienen derecho. Si alguien es afortunado en alcanzar un premio, alimento, beca educativa, tratamiento médico o vivienda, se visualiza como agraciado, pero no se detiene a pensar por qué “los otros”, que son millones, no alcanzan o alcanzarán una oportunidad similar.
En la percepción sólo queda una sensación momentánea de triunfo y agradecimiento.

Permanece en latencia el reclamo generalizado y la conciencia aplazada por saber qué comerán los no beneficiados, cómo vivirán los desposeídos o cómo cuidarán -sin recursos o prestaciones- a los enfermos de males incurables. El asistencialismo es espectáculo que deja el recuerdo de la sonrisa o el llanto surgido por una solución temporal, pero que tras bambalinas siguen amontonándose necesidades insatisfechas. En un contexto de crisis como la que se padece en los albores del siglo XXI, el cúmulo de penurias desatendidas tienden a desembocar en demandas al Estado y sus instituciones y por eso los programas asistencialistas constituyen el armazón más viable para dar salidas inmediatas sin alcances duraderos, lo que posterga la transformación del status político, social o económico de la nación. A esto lo denomino una política de neutralización y desvío deliberado para evitar desequilibrio y pérdida de poder.

Las políticas asistencialistas de los gobiernos que incluyeron las exigencias del neoliberalismo como un imperativo en su proyecto de nación, han sido dadas a conocer con vocablos que suscitan admiración, pues aparentemente sintetizan el sentido más elevado de la cooperación humana. El programa de Solidaridad en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari; la política social Progresa en la administración de Ernesto Zedillo Ponce de León; el programa de Oportunidades en los mandatos de Vicente Fox Quesada y del actual presidente Felipe Calderón Hinojosa. Todo esto fue configurado con la consigna de que fueran los propios sectores afectados generadores de sus remedios, acuñando lemas como “mitad gobierno y mitad sociedad”, “changarros para todos”, “autos compactos a granel”, “oportunidades de vivienda, educación y piso firme” . Dichas frases propagandísticas contienen una potente dosis de colaboracionismo y ayuda a los desvalidos, lo que despierta el sensus del buen samaritano.

En el cuadrante Estatal, el asistencialismo representa un paliativo para que no se desborden pasiones ni luchas sociales. Es un medicamento estacional, que permite sortear los seis años de mandato constitucional sin mayores giros en el esquema de dominación política y control económico. Las políticas de corte social son atenuantes que se insertan en el discurso público para que las clases afectadas por los efectos del capitalismo neoliberal y la antidemocracia tengan apenas recursos suficientes para poner en marcha mini proyectos productivos, o bien, para disminuir deudas añejas con proveedores (como sucede con campesinos, pequeños comerciantes, pescadores y amas de casa).

Las becas para estudiantes, los apoyos para actividades productivas permiten el sostenimiento transitorio de las economías domésticas, toda vez que los mercados para sus productos primarios o procesados, al igual que los servicios resultan insuficientes y están copados por las empresas grandes que controlan el abasto y distribución a nivel regional y nacional. ¿Cómo compite un campesino que quiere vender su cosecha de hortalizas frente al acaparador o la empresa comercial que paga lo que quiere y difiere la factura a 45 ó 60 días?

¿En qué forma contiende un pequeño propietario de miscelánea, ferretería, taquería o prestador de servicios locales frente a los oligopolios transnacionales que tienen capitales de sobra y horarios de atención las veinticuatro horas del día? ¿Cómo le hace un pescador para conservar y colocar sus productos cuando la propensión consumista es ingerir alimentos envasados de larga duración? ¿Qué hace un ama de casa con una beca que ni siquiera complementa el sostén familiar por la precariedad del salario mínimo, el desempleo o subempleo?

Por otro lado, las campañas asistencialistas promovidas por consorcios privados, asociaciones civiles e iglesias son apuntaladas por el Estado, ya que sirven para moldear la concepción de que “si el gobierno no puede resolver las cosas es mejor hacerlas motu proprio”. Esta es una salida de primera mano para los regímenes en turno, ya que en lugar de proporcionar satisfactores a la sociedad, mejor se suma a la caravana del voluntarismo. En el show time mediático, gobernantes, políticos y empresarios conforman lo que bien puede llamarse “la liga de beneficencia para menesterosos”.

Durante el proselitismo comercial para apoyar causas asistencialistas se aprecian cheques de donación por millones de pesos, emitidos por fundaciones, instituciones gubernamentales, empresas y gente común y corriente. Alguien se ha preguntado ¿De dónde salen tantos recursos para apoyar los proyectos diseñados por las mismas empresas y organizaciones que dirigen las colectas? Obviamente el dinero surge de las ganancias estratosféricas por la venta de productos anunciados como promotores de la causa; de las finanzas públicas de municipios, estados y federación, que tienen interés en tomarse la foto con niños desnutridos, discapacitados o en estado de miseria; del incógnito altruismo de instituciones de caridad pública y privada, y de la enorme enajenación de cientos de miles de ciudadanos que responden al llamado de solidaridad.

Muchos individuos en vez de envolverse con el manto tricolor y tirarse del castillo de Chapultepec, mejor expían sus culpas, depositando monedas en los botes que traen consigo los misioneros asistencialistas, que deambulan por calles y avenidas, o bien, están situados en las salidas de centros de afluencia, cajas de supermercado y escuelas.

La estrategia asistencialista es, sin lugar a dudas, la institucionalización de la miseria al supeditar los derechos y reivindicaciones sociales a una donación arrojada por la mano del capitalismo a las clases más necesitadas, mientras que por el otro lado despoja los recursos humanos y naturales de las sociedades consideradas como “tercer mundistas”. El asistencialismo somete los proyectos de nación a los requerimientos de las estructuras económicas de “primer mundo” con la asistencia de los Estados y su clase dominante.

De seguir la crisis global, los gobiernos de muchos países y en el caso específico de México, dejará de asistir y/o subsidiar abierta o soterradamente a las clases baja y media. El panorama tiene un tinte catastrófico, pues los mercados están depreciando las materias primas, habrá recesión productiva, desempleo, inflación, bajo consumo, créditos raquíticos, escasa recaudación de impuestos, lo que presagia una profundización de la desigualdad social.

Todos estos factores pueden encender movilizaciones y reclamos sociales que pueden maximizarse, dando fin a la estabilidad de los países con menores posibilidades de resiliencia , lo que pondría en riesgo la gobernabilidad. En este tenor se encuentran -sobre todo- países latinoamericanos africanos y asiáticos, principalmente México, Argentina y Brasil como puntales del hemisferio americano donde se encuentra Estados Unidos de Norteamérica.

El funcionamiento de los paliativos asistencialistas, ya sea que provengan del Estado o de empresas, fundaciones y organizaciones civiles, no significa que pueda sostenerse ad infinitum. El espectáculo de compensación tiene un tiempo de duración, porque las contradicciones entre los que tienen todo y los muchos que no tienen nada son cada vez menos sorteables. Llegará una fase de quiebre que no podrán detener las figuras emblemáticas del mundo político, empresarial, artístico, intelectual o deportivo, ya que las desigualdades no pueden ocultarse por siempre.

Mientras hubo capitales para solventar al asistencialismo sin afectar los privilegios de la hegemonía política y económica, a nivel doméstico e internacional, el Estado tuvo poderío de maniobra para disuadir las presiones sociales. Sin embargo, en estos momentos de crisis globalizada se hace insostenible este tipo de tratamiento paliativo, poniendo al descubierto la debilidad en los comandos de dominación política.

En el caso mexicano, el Estado se encuentra en una encrucijada, toda vez que la presencia del presidencialismo concentrador se ha disipado en el juego de la concerta-cesión partidista. Aunado a esto, hay déficit presupuestal, falta de directriz para reconvenir políticas de desarrollo social y económico fuera de la égida global, grados de pobreza extrema que ponen al rojo vivo la estabilidad y una estrategia de gasto corriente desmesurado hacia las fuerzas armadas en la lucha contra el narcotráfico y de especialización-actualización por su condición de aparato represivo.

No hay mucho espacio para dónde moverse, pero lo cierto es que a la sociedad le corresponde exigir políticas sociales y económicas que disminuyan el golpeteo de la crisis sin la recurrencia a programas asistencialistas. Es innegable que las demandas subirán de tono y que puede haber retrocesos democráticos y la implementación de acciones autoritarias, pero no veo otra forma para que el Estado tome cartas en el asunto y se ponga a hacer algo por las clases baja y media, teniendo la amenaza de pérdida de gobernabilidad.

Una lucha primigenia es alertar que las políticas asistencialistas del Estado y de organismos empresariales y civiles sólo fomentan la esperanza de lo inmediato, que no conduce a nada. Basta de dejarse llevar por el sentimentalismo de otorgar donativos, que sólo fortalecen los controles políticos de los aparatos gubernamentales y enriquecen a consorcios comerciales, bancarios y fundaciones de dudosa procedencia. Hay que trabajar, de manera permanente, en la cotidianeidad, para exigir los derechos inalienables del hombre: libertad, igualdad y fraternidad, que indudablemente traen consigo los satisfactores básicos que requiere el género humano, tales como: alimentación, educación, vivienda, seguridad, servicios públicos y desarrollo armónico. B.H.G.
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Bibliografía consultada de soporte:
1.- Pablo José Torres. De políticos, punteros y clientes: clientelismo político y ayuda social, Editorial Espacio, Buenos Aires Argentina, 2008.
2.- Manuel García Pelayo. Las transformaciones del Estado contemporáneo, Editorial Alianza, España, 1997.
3.- Estela Grassi, Susana Hintze y María Neufeld. Políticas Sociales, crisis y ajuste estructural, Editorial Espacio, Buenos Aires, 1994.
4.- Norberto Alayón. Asistencia y asistencialismo: ¿Pobres controlados o erradicación de la pobreza?, Editorial Lumen, Argentina, 2001.

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