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miércoles, 29 de abril de 2009

DIOS EN EL DISCURSO DE LOS POLÍTICOS EN MÉXICO


DIOS EN EL DISCURSO DE LOS POLÍTICOS MEXICANOS
Una mirada a los mensajes políticos del Siglo XXI
Por Baltasar Hernández Gómez

Todo parece andar de cabeza: los sacerdotes en política y los políticos como predicadores de la religión. Desde el último cuarto del siglo XIX en México se había practicado el laicismo político, fundado en los tiempos de la reforma juarista, que permeaba los engranajes constitucionales y meta-constitucionales de la estructura del Estado y a todos los hombres y mujeres con cargos públicos. Sin embargo, desde el año dos mil se aumentó alarmantemente la práctica discursiva de invocar el nombre de Dios para ganarse el respaldo social.

Hay mucho cuidado en no ponerle un nombre exacto al Dios que se implora para la concreción efectiva de una acción de gobierno, con la finalidad de no perturbar la afiliación de los creyentes. No se nombra a Jehová, Yavhé, Buda o Alá, sino que se deja al imaginario social la representación del Dios bueno que esté atento a que se cumplan las expectativas políticas y económicas.

Por más de ciento treinta años, los aparatos del Estado mexicano estuvieron vigilantes de que los mensajes a la Nación estuvieran elaborados con conceptos monumentales, que mantuvieran los valores de la Independencia, la Reforma y la Revolución. En el transcurso del desarrollo estabilizador se adhirieron las nociones de progreso, unidad, integración al internacionalismo, nacionalismo, solidaridad, bienestar para todos y transición democrática. La mexicaneidad incorporó la cultura de Estado como factor homogeneizador de los rumbos nacionales, con la aprobación de las clases populares.

Era una regla no escrita que los gobernantes no antepusieran su religiosidad privada en el plano de lo público, sobre todo porque las relaciones formales con el Vaticano estaban rotas y por tanto debía defenderse la separación de la Iglesia y el Estado. Fue hasta 1992 que el presidente Carlos Salinas de Gortari reanudó los vínculos oficiales con la iglesia católica, nombrando paradójicamente a uno de los masones mexicanos más destacados, Enrique Olivares Santana, como embajador en la “Santa Sede”.

Sin embargo los tiempos cambian y las circunstancias políticas también. El más aventurado en transgredir el pacto de “dejar al César lo del César y a Dios lo de Dios” fue Vicente Fox Quesada, quien antes de recibir la banda presidencial, rindió culto a la virgen de Guadalupe, emulando a Miguel Hidalgo cuando llevó el estandarte de la “madre de Dios, versión mexicana” en la primera concentración del movimiento independentista de 1810.

Este hecho por demás criticado por la clase política tradicionalista, algunos medios de comunicación, intelectuales, analistas y personas progresistas o de izquierda, ha sido reelaborado con nuevos formatos comunicativos por el presidente Felipe Calderón Hinojosa, gobernadores, presidentes municipales y legisladores locales y nacionales. Es un hecho que en el nombre de Dios se pueden conseguir nichos más amplios del mercado electoral, sin lugar a dudas. Dios en boca de los políticos es una táctica para capturar la empatía ciudadana.

No es fortuito que el cambio en la construcción de los mensajes políticos se esté dando por gobiernos del PAN, partido basado en la doctrina social de la iglesia católica de corte ortodoxo. El binomio política/religión trastoca el eje de rotación del ejercicio político de tipo liberal-revolucionario, que por muchos años impulsó la secularidad en la toma y transmisión de decisiones. En medio de la vorágine comunicacional mediática, la praxis política se convirtió en pragmatismo puro. Por lo mismo no debe causar sorpresa que los mensajes gubernamentales rescaten el uso del vocablo Dios para la obtención de legitimidad y apoyo.

Vicente Fox integró un gabinete compuesto por personajes adheridos al sistema de ideas católicas de derecha. Basta recordar al funcionario federal que mantuvo mucho tiempo los reflectores en contra, Carlos María Abascal. Este personaje terminó por abrir las puertas a la religiosidad en la política, pues sin tapujos habló de las bondades de la fe en las políticas de desarrollo mexicano. Incluso quiso boicotear la lectura del libro “Aura” de Carlos Fuentes, por considerarlo pecaminoso y no apto para la juventud mexicana (por lo menos logró que una de sus hijas adolescentes no lo leyera).

Para poner un ejemplo palpable de este giro en las formas y contenidos de la comunicación política, el ex-presidente Fox Quesada dijo, en marzo del año dos mil, que “PEMEX es igual a la virgen de Guadalupe, son símbolos para los mexicanos que deben manejarse con mucho cuidado”. La alegoría no es disparate u ocurrencia del presidente con botas y hebilla al estilo vaquero, sino una muestra de que la política iba a explotar la iconografía católica para aumentar capital político en una población que, ante la crisis, busca refugios extraterrenales para justificar su existencia de vida.

En diversos estudios sociológicos se ha demostrado que ante la incertidumbre económica, falta de valores compartidos y carencia de liderazgos vinculantes, la sociedad recurre a la religión como escape de una realidad que no llena sus expectativas materiales. México no es la excepción, toda vez que desde hace dos decenios el número de sectas cristianas y metafísicas se ha multiplicado exponencialmente. La población de menores ingresos se inscribe en este espacio espiritual, tratando de encontrar razones para seguir viviendo en un país que se le está escapando de las manos por las condiciones depauperadas de la economía.

La repetición de imágenes de Vicente Fox y Marta Sahagún en recintos religiosos (inclusive en su capilla familiar ubicada en el rancho de San Cristóbal, Guanajuato); la petición al Papa Juan Pablo II de anulación del matrimonio anterior de la compañera sentimental y vocera de gobierno, para poder contraer nuevas nupcias religiosas con el presidente, así como las innumerables citas de Dios en las presentaciones oficiales en el periodo 2000-2006, acabaron por imponer el nuevo contexto discursivo del neopanismo en el poder.

No obstante que el actual mandatario Felipe Calderón Hinojosa no ha recurrido al catolicismo a ultranza para afianzar su estancia gubernamental, sí emplea a Dios en sus razonamientos de Estado frente a empresarios y masas desposeídas. La prueba palpable de este modo de hacer política quedó de manifiesto en los honores post mortem que se ofrecieron a su amigo y secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, en el Campo Marte. En este acto luctuoso recurrió al mensaje mesiánico de bienaventuranzas (recomponiendo el evangelio de Mateo): “Sabemos que son bienaventurados los limpios de corazón, bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, bienaventurados los que por causa de lo alto son insultados y se diga toda clase de calumnias en su contra, porque su recompensa será grande”. Faltó dar la hostia y despedir a la feligresía enfundada en trajes de lana, vestidos Chanel y uniformes castrenses con un amén acompañado de la señal de la cruz.

Como se aprecia, sistemáticamente se crean las condiciones para posicionar el ideario religioso del PAN a los planes gubernamentales, tratando de entremezclar valores católicos con los civiles-democráticos. Los deslices de este abordaje se visualizaron desde el instante que Fox Quesada puso una cruz plateada en su toma de protesta como jefe del Poder Ejecutivo, así como el otorgamiento de recursos públicos y facilidades de diputados y senadores panistas (entre los que se encontraba el propio Calderón Hinojosa) al grupo católico reaccionario de Pro-Vida, y la utilización de fondos del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes para mantenimiento y remodelación de templos católicos, que si bien son patrimonio de la nación, los aprovecha la jerarquía católica para la realización de bodas, bautizos, quinceaños, confirmaciones, presentaciones, bendición de automóviles y arenga política contra alguna disposición del Estado, o bien, para lanzar cuasi excomuniones a los opositores al régimen.

No debe pues extrañarnos que el estilo personal de gobernar (parafraseando a Daniel Cosío Villegas) del presidente Felipe Calderón sea un híbrido que amalgama las “bondades” de la globalización y la catequesis. A casi 6 meses de que se llevaran al cabo las elecciones de 2006, Joaquín López Dóriga entrevistó al entonces candidato del PAN a la presidencia de la República, para conocer su punto de vista sobre temas relevantes en México. Sus respuestas comprobaron que su línea de gobierno sería mitad católica y mitad neoliberal. El actual presidente afirmó estar contra el aborto, la pena de muerte para delincuentes peligrosos y la autorización de muerte asistida para enfermos terminales. Asimismo, dejó en claro su respeto a quienes son homosexuales, pero se opuso al matrimonio lésbico-gay, ya que definió que el matrimonio es y debe ser la unión de un hombre con una mujer. Dichas posturas están apuntaladas por un pensamiento católico, digno de ser repetido en una misa dominical.

La comunicación política de los dos últimos regímenes de gobierno despliega banderas pragmáticas, unas veces mercadológicas y otras republicanas. Hay oscilaciones entre lo neoliberal y lo católico, entre consejos de superación personal y humanismo ramplón, que se vislumbran en la mayoría de los discursos oficiales. Si por muchos años oímos palabras para imponer el revolucionarismo nacionalista, que contenía vocablos de unidad y esfuerzo compartido, ahora no dejamos de escuchar frases como “Dios los bendiga”.

En una visita a la comunidad de san Juan Chamula, Chiapas, el presidente Felipe Calderón se vio comprometido a instruir que se realizaran mejoras sociales, sobre todo en el rubro de la salud, diciendo textualmente: “No hay condiciones para que viva una persona humana con la dignidad que Dios nos ha dado, por esa razón doy orden (…) para que se encarguen que a esas comunidades, que marcó el presidente municipal, se les ayude (…)".

Viendo los alcances del Ejecutivo en turno, Germán Martínez Cázares, al rematar su discurso de agradecimiento por haber sido elegido presidente del PAN, apuntó: “A los que tienen Dios, que Dios los bendiga, y a los que no, que los bendiga el mío, que conmigo ha sido muy generoso”. Lo que evidencia que los panistas enquistados en el círculo cercano del presidente de la República no han separado (ni creo que lo hagan) las cuestiones religiosas de la política .

Como se puede observar, la política a la mexicana está ahora sometida al dominio del discurso aderezado con concepciones religiosas, que no es otra cosa que la exhibición de voluntarismo, moralismo subjetivo, humanismo rústico y el pretencioso enmascaramiento de llevar las cosas a un terreno de anhelo celestial ante la imposibilidad de alcanzar mejores estadios de vida.

No se trata de atacar la fe personal de millones de mexicanos que profesan alguna religión, principalmente la católica, pero sí descubrir que en el espacio público de la política y las decisiones de Estado debe haber objetividad y concreción. No es válido argumentar políticas económicas, sociales y culturales con valoraciones evangelistas ni mucho menos, sino enfrentar con dignidad, responsabilidad, compromiso y entereza los mandatos de una sociedad que desea superar largas penurias, que día con día menguan las perspectivas de vivir en un país más democrático y mejor. B.H.G.
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Entre otra bibliografía consultada.

• Ghislain Waterlot. Rousseau, religión y política, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 2001.
• Fortunato Mallimaci. Religión y política, Editorial Biblos, Argentina, 1998.
• Roberto Blancarte. El poder, salinismo e iglesia católica, Editorial Grijalbo, México, 1991.
• Roberto Bosca, José Miguens y otros (Comp.). Política y religión, Editorial Lumiere, Argentina, 2007.

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