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lunes, 27 de julio de 2009

R.I.P. MICHAEL JACKSON


R.I.P. MICHAEL JACKSON
Y teniéndolo todo, nada se pudo dar…

Por Baltasar Hernández Gómez


¿Por qué hablar de Michael Jackson? Porque indiscutiblemente en el ámbito de la comunicación de masas fue un sujeto que trascendió por su estilo musical, la cual ha perdurado a lo largo de más de veinticinco años y lo que venga. Este cantante y bailarín fue uno de los pocos que se inventaba y reinventaba en cada entrega de material discográfico, revolucionando las formas de entender la música, el baile y el video.

Las mujeres y hombres que hoy son personas económicamente activas y cabezas de familia, se prendieron desde sus años mozos al artista que dio jaque mate a la era disco e instaló una cultura pop en la generación que sintió los primeros embates de los neoconservadores: el imperio de Ronald Reagan y Margaret Tatcher arremetía con la fuerza de la intervención bélica en Granada, Afganistán, Argentina, Centroamérica y trataba de aplicar una política global para homogeneizar los modos de actuar, socavando al socialismo de Estado en los países de la denominada “cortina de acero”.

A punto de cumplir cincuenta y un años de edad, Michael Jackson murió en medio de una larga desaparición pública a propósito, provocada por la ola informativa acerca de sus excesos, que lo hicieron ver como pedófilo y excéntrico que exhibía a sus bebés pendiendo en el vacío de la terraza de un hotel y de su ahora presumible adicción a la morfina; pero también por la estrategia que despliegan los artistas considerados “divas”, para generar mayor interés en el público.

Michael Jackson modificó el arte rítmico porque sensualizó la música pop a través del cortometraje, combinando la música negra con los géneros del rock y tecno. A partir del álbum Thriller, la música ya no entraría por los oídos, sino también por el sentido de la vista. Sus danzas con alta carga sexual retrotrajeron las cadencias de Elvis Presley, blues, jazz y la tendencia disco, para conjuntarlas en una expresión de rebeldía sutil durante la época en que los gobernantes de los países altamente desarrollados tecnológicamente movían sus hilos de control para establecer una política neoliberal, que privilegiaba la moral aséptica y acrítica en las juventudes occidentales.

Aunque algunos comunicólogos insistan en que este artista era la expresión más elaborada de la industria enajenante del entretenimiento norteamericano, Michael Jackson fue propositivo, pues tuvo la guía de un equipo profesional, comandado por uno de los mejores productores musicales del mundo: Quincy Jones. De tal manera que el ofrecimiento musical no se quedó en los bits rítmicos, sino que traspasó al umbral espectacular de conciertos, videos y un estilo de vestir y pensar en las relaciones de pareja y cortos de cine.

El baile del “caminante lunar”, el sombrero estilo años treinta modificado, el guante brillante, la vestimenta extravagante, la voz excepcional acompañada de susurros, las letras que cambiaban los códigos conductuales de la juventud; se vieron rebasados por el sello del escándalo jacksoniano. No bastándole ser uno de los artistas con rankings de ventas insuperables, Michael Jackson propuso su cuerpo y de lo que de él emanaba como el mejor producto para vender, pero no tan sólo por el interés de crear un icono, sino como transfiguración de lo que siempre quiso ser, pero no pudo materializar.

No quería ser negro y comenzó un periplo constante para convertirse en un engendro pigmentado de blancura estrafalaria; quiso adoptar la imagen de Diana Rose, pero acabó por excederse en cirugías que le hicieron casi perder la nariz; quiso parecer militar y se confeccionó uniformes llamativos de oficial con chaquira y lentejuelas; quiso modificar su pasado de niño sufrido, construyendo la mansión “Neverland”; quiso cambiar su origen de pobreza y de hijo abusado, relacionándose con la “realeza” artística y contrayendo matrimonio con la hija de Elvis Presley; quiso llenar sus vacíos existenciales y se convirtió en comprador compulsivo de muebles y objetos suntuarios; quiso definirse sexualmente y sólo alcanzó a conformar una figura andrógina.

Su propuesta llegó a la médula de los jóvenes de finales de la década de los setenta y ochentas con I wanna rock with you, Thriller, Beat it, Billy Jean y Bad, que son algunas melodías que se grabaron en la mente de millones de personas que hoy son cuarenteros y cincuenteros. Michael Jackson finalmente no quedó en el imaginario colectivo como el artista de color que no quiso serlo ni como el monstruo pervertidor de niños y púberes, sino como el artista que revolucionó la apreciación musical y que tanto influyó en cantantes, grupos musicales, bailarines y actores hasta nuestros días.

Teniendo la fama del inmortal vivo, dinero, propiedades y lujos no pudo brindarse como artista consolidado, tal vez por la negación a admitir la raíz racial y de su polivalente sexualidad en forma abierta y decidida. De haber reconocido su perfil, la magnitud de sus logros hubieran alcanzado el mil por ciento o más, pero la historia no se construye por “hubieras”. Desde ahora en adelante seremos testigos del nuevo mito “Rey del pop”, de canciones inéditas, de videos exclusivos, de cartas no enviadas, de demandas interpuestas, es decir, de la formación de un culto que aumentará en grado superlativo los capitales de sus empresas y familia, elevándolo a nivel cuasi religioso como sucedió con Elvis Presley, Marilyn Monroe o Pedro Infante.

En el mejor de los casos millones de personas van comprar o limpiar acetatos, discos compactos, videos y fotografías para escucharlo y verlo en acción una y otra vez, para apreciar la importancia del legado artístico que impulsó con su show continuo de música, coreografías, luces, explosiones y el constante ir y venir de escándalos, que acapararon la atención de un mundo temeroso de traspasar el siglo XX: el jacksonismo sin Michael será revalorizado en su real dimensión. Ahora sí rest in pax. B.H.G.

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