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jueves, 9 de julio de 2009

LA EVOLUCIÓN SOCIAL: UN CONCEPTO AMBIGÜO EN POLÍTICA


LA EVOLUCIÓN SOCIAL: UN CONCEPTO AMBIGÜO
Por Baltasar Hernández Gómez


Si nos quedamos con la definición biológica de evolución, la cual ha sido readecuada al ambiente societal, estaríamos entendiendo que ésta sirve al andamiaje de dominación del Estado y sus instituciones para poner en marcha las modificaciones necesarias que fortalecen su control político y económico. Esta visión impulsa la aceptación de que todos los cambios son naturales y sirven para enfrentar al medio hostil, de tal modo que los únicos sobrevivientes deben ser los individuos más fuertes. La evolución como progreso se ha traducido en obediencia y lealtad a los regímenes políticos preservadores del individualismo feroz, el cinismo y la conformidad; asumiendo que “el mundo es de los audaces que sí pueden conseguir sus sueños a costa de todo lo que los rodea”.

Desde que en 1859 se publicó la obra El origen de las especies de Charles Darwin, la explicación de la evolución ha servido a la biología y a la genética, pero también al esquema de poder de la élite para constituir un credo de opresión. Las sociedades modernas han sido adiestradas ideológicamente en el dogma de que los individuos transitan por la vía de la superación personal y de asociación a clanes con arreglo a intereses, teniendo como soporte el egoísmo para alcanzar bienestar material. La evolución se volvió la tesis que ampara los avances sociales y económicos: evolucionar es interpretado como el cumplimiento de las normas sociales y culturales, sometimiento a las exigencias económicas de los propietarios de los medios de producción, clonación de los genes para hacer familias “de bien”, persecución de satisfactores externos, y la elección -por la vía democrática representativa- de los gobernantes, previamente seleccionados por la partidocracia.

En este tenor la evolución social es observada como una línea recta de realizaciones materiales: se nace, se une a la gen y a clanes, se educa, se prepara para sobrevivir en el entorno, se lucha para subsistir lo mejor posible, se alcanzan metas prefabricadas por el sistema de vida y sobre todo se adapta para salir lo menos herido de los combates con otros que persiguen sus proyectos con los mismos intereses de superioridad. Hay una especie de chip interno que enciende el Estado por medio de la cultura institucional, la cual hace que se actúe como entes que persiguen fortalezas para ser aptos, eliminando del camino a los débiles, que no merecen seguir viviendo o quitando oportunidades.

Me viene a la mente una melodía de José José, cantante mexicano reconocido en las décadas de los años setentas y ochentas en México, que dice en una de sus estrofas “(…) yo he sido en tu cadena de amor tan sólo un eslabón y en tu escalera un peldaño al que no te importa pisar ni hacerle daño”. La lógica del poder forma así pensamientos y conductas sociales para que todos admitan que uno es uno y que el mundo ruede, porque si es necesario mentir, pasar por encima de otro, utilizar artimañas para ganar y pensar que todo debe ser así; no habrá razón humana que se oponga a la interiorización de que la realidad es un conjunto de coyunturas que deben engancharse para seguir en la carrera de poseer más y más.

Sin embargo, la evolución admite un germen revolucionario, porque contiene la noción de proceso de cambio constante en el que los seres vivos se adaptan lo mejor posible al entorno, a través de agentes internos y externos que varían su morfología y esencia. Esta premisa debe ser el sostén para la conceptualización del desarrollo humano en sociedad, pues ningún sistema natural o socialmente conformado es inalterable. Así como un homínido dio el salto a homo habilis, para luego erigirse en homo erectus y llegar a homo sapiens, así las reglas de convivencia van modificándose para dirigirse a estadios distintos al ideal democrático autoritario, que ha sido determinado como inextinguible.

A 11 años de que finalizara el siglo XX muchos pensaron que con la caída del socialismo de la URSS y países satelitales, la humanidad evolucionaría a la utopía de Tomás Moro o a la ciudad del sol de Tommaso Campanella, porque el “totalitarismo” había desaparecido para darle vía franca al capitalismo donde todos pueden -en teoría- llegar a cumplir sus sueños. Después de recoger los escombros del muro de Berlín (que fue el icono del derrumbamiento del socialismo/comunismo estatizado) se ha comprobado que el estilo libre de vida occidental varió las técnicas para mantener el imperio de la sinrazón, explotación física, mental y espiritual por medio de los avances tecnológicos, culturales, educativos y de producción. Del bipolarismo se pasó al unipolarismo como si fuera el corolario de la evolución del género humano.

Ahora “evolucionados” en homo laptotropus videns consumidores masivos de ideologías, productos y reglas para vivir obedientemente, los sujetos sociales posmodernos son usados como emisores de su fuerza de trabajo y votos, a fin de que los mecanismos del sistema político funcionen sin interrupciones catastróficas para los aparatos gubernamentales del Estado. Al igual que ocurre con los compendios historiográficos, que dejan ver que el género humano ha evolucionado de la caverna a la urna, la evolución falseada es el intento de los detentadores de poder para encasillar al Hombre en la recta continua del devenir humano, es decir, se trata de imponer que el mono se paró, luego corrió, utilizó herramientas, pensó y ahora está a punto de viajar al espacio. Desde esta óptica, la sociedad es vista como el conjunto de mujeres y hombres que se desarrolló a partir del liderazgo del más fuerte, pasando luego por la democracia ateniense, autoritarismo romano, monarquías del Medievo y Renacimiento y parlamentarismo hasta terminar en la ola liberalizadora de la democracia moderna, que debe ser percibida como la última frontera por explorar.

Los promulgadores de esta visión ponen de manifiesto que al llegar al unipolarismo, a la globalización y democracia representativa, la historia social se debe detener por completo porque alcanzó su punto máximo. Los ciudadanos del tercer milenio están bombardeados en el frente y la retaguardia: el ideal de que todo se debe perfeccionar, pero no revolucionar ya se volvió credo en la realidad mediatizada. Sin embargo, las contradicciones de desigualdad y pobreza material y moral carcomen el mundo de la vida, abriendo los ojos a cientos de millones de personas que confrontan que nada de lo que se lee, oye y ve es verdad.

¿De qué sirven los avances científicos y tecnológicos si estos llegan solamente a las clases pudientes? ¿Cuál es la importancia de saber que hay medicinas para tratar cáncer o sida cuando no se tiene acceso siquiera a los medicamentos elementales? ¿En qué beneficia saber que hay aditamentos comunicacionales electrónicos si hay millones de personas que no cuentan con transporte para desplazarse ni de los satisfactores mínimos para vivir? ¿De qué importa conocer que la democracia valida gobernantes si estos no retribuyen bienestar común?

Los espectadores de televisión han visto que existen sondas espaciales y telescopios de última generación que permiten observar los confines del universo; vehículos capaces de viajar cinco veces la velocidad del sonido; tecnología que libera del trabajo indeseable; herramientas para no contaminar el medio ambiente; cuando en la cotidianeidad la gran mayoría no recorre más allá de los caminos de la casa y el trabajo, que las clases desposeídas no cuentan con empleo bien remunerado para educarse, vestirse, alimentarse y divertirse y que las industrias contaminan nuestra único lugar habitable en millones de kilómetros a la redonda en su afán de producir y vender mercancías.

Es claro que la “evolución tecnológica” ha dado como resultado la involución humana en cuanto crecimiento de las potencialidades en los campos del saber, el arte y la relación interpersonal. Asimismo, la supuesta “evolución política” proporcionó una estructura de autoridad invertida: en lugar de que la punta piramidal actúe bajo el mandato de la base, es ésta quien acata los designios de la élite. Los servidores públicos se aprovechan de sus electores, dejando a la masa votante en la más completa ignominia y olvido.

Sin embargo, los ojos del homo sapiens no han sido totalmente cegados por la brillantez de la evolución dictaminada por la hegemonía, pues el cigoto del desarrollo vivencial está siendo despertado por las enormes y cada vez más frecuentes contradicciones del sistema político y económico. Por más horas que trabaje un obrero, un oficinista, un campesino y todos aquellos que no poseen un medio independiente de producción no alcanzarán a tener el suficiente capital para vivir dignamente. Por más que se insista en el proceso electoral administrado por los partidos y una clase política hermética no habrá legisladores y gobernantes interesados en devolver a la sociedad los satisfactores materiales necesarios para vivir en paz y con crecimiento.

La respuesta más sensible que se aprecia de la rebeldía ciudadana va en el cuadrante de la concientización y la toma de decisiones diferenciadas al esquema de institucionalidad integrado por sindicatos, confederaciones y asociaciones organizadas. Hoy más que antes la sociedad civil divorciada de la sociedad política opera en la movilización social en zonas no exploradas en las calles, barrios, colonias, centros de reunión, etc.

Cuanto más se insiste en que la democracia procedimental, que pone como pináculo el acto de sufragar, respeto incondicional a las instituciones de gobierno, reverencia a las investiduras y a la ley amorfa; la sociedad comprueba que muchas cosas andan muy mal y que es necesario no quedarse inmóvil ni callada. Ante el derrumbamiento del sentimiento de culpa para no aceptar como válidas las pautas sociales, políticas y económicas que han sumido a millones de personas en la miseria, la obediencia cae.

La autoridad fundada en valoraciones de que lo diferente es incorrecto ya no funciona y por eso se están potenciando los instrumentos coercitivos (mentales y físicos) que tratan de detener el paso de ideas y acciones de liberación. El voto en blanco (que no es otra cosa que votar por un NO al subsistema electoral), el abstencionismo, la movilización de contingentes no contaminados por liderazgos reconocidos, cuestionamiento público a la labor de los gobernantes, los escritos que abandonan la censura y autocensura para proponer nuevos horizontes; son sólo algunas de las formas que dan muestra de la contrariedad a lo establecido.

Estoy convencido que los humanos no vinimos al planeta Tierra a vivir esperando paraísos divinos o para estar sojuzgados por intereses perversos de un puñado de hombres. No evolucionamos del mono al Hombre para finalmente convertirnos en autómatas productores de riquezas ajenas y vivir en la pobreza añorando consuelos divinos. No vinimos a sufrir aquí y ahora para esperar la recompensa postmortem del apocalipsis. Creo que las sociedades compuestas por mujeres y hombres de carne y hueso han evolucionado de acuerdo a los cánones impuestos de la uniformidad, pero que en paralelo se han producido los elementos suficientes para su liberación.

Si los homínidos dejaron de ser jorobados cuadrúpedos para apoyarse en dos extremidades, aprendió a domar a la naturaleza, a convivir con sus iguales y a saberse diferentes no fue para que detuviéramos la carrera por ser mejores en los sentidos internos y encuadrarnos en una cárcel económica y política donde ellos, nosotros y las futuras generaciones sean esclavos de fobias para traspasar las leyes que fortalecen la superioridad de unos cuantos en detrimento de la generalidad.

En el siglo XXI, pronosticado por todos como la centuria del ultra progreso, la evolución societal está haciendo su aparición. Aún bajo el imperio mediático, de la enajenación provocada por religiones institucionalizadas, del nuevo tipo de esclavitud en el trabajo ínfimamente remunerado; la chispa libertadora, la crítica y las ganas de cambiar la podredumbre están posicionándose en el pensar y quehacer de miles y miles de seres humanos. La misma cultura pop nos enseña flashes donde un mundo oprimido y presumiblemente condenado a la muerte, logra sacudirse la opresión: despojando de la “moralina” hollywoodense a películas como Terminator, Star Wars, Gattaca, Cuando el destino nos alcance, entre muchas más, se puede percatar el ánimo crítico y de lucha por derrumbar las fuerzas maléficas que oprimen a la humanidad.
No se necesita intelectualidad o estudios profundos para entender que este mundo está de cabeza y que no basta entender lo que pasa a nuestro alrededor si no hay la voluntad para transformar todo lo que vaya en detrimento del género humano.

Los defensores del status quo dirán que no son necesarios cambios sustanciales, sino solamente apretar ciertos tornillos y ponerle aceite a la maquinaria social para que vuelva a funcionar. Claro, lo dicen porque en este acomodo se sigue perpetuando la consecución de sus intereses.

Cambiar al mundo no requiere de promulgar magnas estrategias, sino empezar en el terreno local. No necesitamos que venga un meteorito para que destroce el noventa por ciento del planeta y empezar de cero otra vez, ni lanzarse a la lucha en la selva. Necesitamos primero concientizar que la dominación política y económica requiere derogarse, votar en clara oposición al subsistema electoral, exigir nuestros derechos en la casa, trabajo y escuela. Para pensar global, debemos pensar primero en lo doméstico y más próximo. Ahí está. B.H.G.

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1 comentarios:

A las 27 de julio de 2016, 17:30 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Excelente artículo. Felicidades.

 

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