ANÁLISIS POLÍTICO Y SOCIAL, MANEJO DE CRISIS, MARKETING, COMUNICACIÓN Y ALTA DIRECCIÓN

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jueves, 25 de junio de 2009

SER Y DEBER SER DE LA POLÍTICA


SER Y DEBER SER DE LA POLÍTICA
¿Renovarse o morir?: el dilema de los partidos políticos mexicanos.
Por Baltasar Hernández Gómez


¿Por qué si la esencia humana aspira a vivir en plenitud y los partidos políticos existen para conquistar el poder para el bienestar común social, los resultados van en sentido contrario? La respuesta se halla en la alteración de la condición humana para volverla una cuestión cosificada (1). Las realizaciones humanas tienen un sentido íntimo que se despliega hacia afuera, ya que el Hombre no puede vivir solo y desvinculado de los demás, para satisfacer sus necesidades, pensamientos y aspiraciones. Por lo mismo la humanidad está basada en pensarse, saberse y sentirse, lo cual involucra a la razón y la pasión.

Todo lo que es humano lo es para el individuo que abstrae su condición de ser en sí mismo su propio universo interno en contacto directo con su realidad. Su existencia depende de la solidaridad de compartir o luchar con los otros igual que él que se identifican como un yo individual, pero también en el nosotros colectivo. Así pues, lo que debiera ser la meta de la vida, la felicidad, en tanto categoría que engloba conocerse-conocer, existir-perdurar, amor, comunicación (que no es otra cosa que ponerse en común), libertad, tolerancia, justicia, fraternidad y los modos prácticos para facilitar el disfrute de la naturaleza (natural, valga el pleonasmo en este caso, y social); se ha convertido en un precepto vinculado a las cosas, es decir a la materialidad.

La mujer y el hombre moderno dividen su interioridad, el empleo de los sentidos y la consecución de la felicidad, para suplantarla por una carrera de aceptación y reconocimiento público. La felicidad es ahora materia pura: comer en exceso y de todo; vestirse de acuerdo a la moda; trabajar para ganar dinero; comprar propiedades que destaquen; poseer el auto que deslumbre; casarse con la mujer u hombre que reúna los requisitos de la belleza occidentalizada; tener hijos que se ajusten a los cánones genéticos y de superación,; lucir joyas y aditamentos tecnológicos que lo identifiquen como alguien diferente, y guardar capitales para la vejez y la herencia.

La felicidad política persigue a su vez el utilitarismo, o sea, la búsqueda de opciones que materialicen las aspiraciones “cosificadas”, para atraer para sí mismo y sus allegados los bienes y servicios necesarios para fortalecer el ideal de progreso personal, familiar y profesional. En la era posmoderna los sujetos sociales se urbanizaron, dejando atrás lo rural-colectivo, la comuna compartida, la tradición convivencial que dotó al ser humano de un modo existencial colaborativo y de cercanía para ser y estar mejor.

La sociedad observa y piensa que un partido, candidato o gobernante es “bueno” en la medida en que supone que retribuirá programas y obras que beneficien su entorno. Este trasplante de valores y valorizaciones ha servido para que los partidos políticos se hayan vuelto fábricas generadoras de expectativas, aprovechándose de la felicidad cambiada a la obtención de lo puramente material, con el propósito de hacer pasar como legítimos sus estatutos, plataforma ideológica y proyectos que atesoren el sensus social. La felicidad que proponen los institutos políticos avalados por el Estado no está basada en la conquista del bien común, sino en la idea de ser un medio entre la aspiración humana y el sistema de vida capitalista, que impuso a la democracia como la mejor forma de gobierno.

El sistema de vida capitalista y sus Estados protectores manufacturaron una red de redes para aproximarse legalidad y legitimidad y así estar en perfectas condiciones para reproducir una conducta social ad hoc a los intereses de la clase dominante. En el campo político, el sistema de partidos concentró la voluntad nacional en la autoridad de seleccionar “lo que es mejor para todos” para después ser presentado como el elegido por las mayorías. A tal grado llega el monopolio que nadie por cuenta propia puede erigirse en representante de otros si no está adherido a un organismo registrado.

El líder natural de la comunidad o la persona que desea motu proprio mejorar la calidad de vida de su ambiente no puede candidatearse “por la libre”, porque primero tiene que ingresar, luchar con grupos e intereses internos, para luego ser tomado en cuenta y finalmente lanzarse a obtener el sufragio social. El humanismo de ser y estar mejor es convertido en procedimiento, en la persecución de metas de los grupos de poder. El bienestar común es sustituido por los objetivos y alcances partidistas para la concentración de puestos públicos que van a dar mayor fuerza de dominación a dirigentes y gobernantes.

La partidocracia ha moldeado la concepción de democracia, sumiendo al pueblo en una dinámica de sujeción. Así es como los partidos cosifican y dosifican el bien común, planificando los tiempos y formas en proporcionar ciertos requerimientos a la sociedad. Esta es otra vía de justificar la infelicidad material que se aprecia en desigualdad, injusticia e individualismo extremo. Los partidos políticos no parten del reconocimiento de que las cosas están de cabeza y sólo benefician a unos cuantos, porque esto sería admitir la ferocidad capitalista que arrincona a los ciudadanos en una espiral de competitividad, individualidad y egoísmo que provoca pobreza moral y material. Si hay pobreza a lo sumo propondrán una baja de penurias, pero no su erradicación. Si hay enfermedad no habrá atención abierta y suficiente, sino una selectiva a derechohabientes.

Si hay hambre, carencia de vivienda, falta de oportunidades en educación, trabajo y satisfactores, aprobará leyes y programas paliativos; aprobará la realización de concursos de entretenimiento para ganar dinero; teletones, cooperaciones para la Cruz Roja, despensas a comunidades marginadas y donaciones de todo tipo para que se reduzca insustancialmente el número de desafortunados. En lugar de que los partidos políticos sean un medio legítimo para luchar por más y mejores condiciones de vida en contra de la lógica de dominación de los Estados capitalistas, dichos organismos se pelean con sus homólogos para acumular poder, traducido en presupuestos, cargos administrativos y de elección popular.

Por muchísimos años la sociedad ha sido educada bajo la premisa que la felicidad es un horizonte a punto de ser alcanzado, pero que se necesita de perseverancia y aguante por medio del voto repetido a los partidos políticos para ir reduciendo la distancia entre lo real y lo ideal. El acto de votar se volvió en el nuevo ejercicio religioso, en la virtud patriótica y en la heroicidad de buscar el bienestar común. Lo mismo sucede con el concepto de felicidad materialista, pues ya que se consigue la tenencia de títulos académicos, prestigio, dinero, casa, auto, esposa o esposo e hijos, surge la tremenda crisis existencial por no haber nutrido el yo y el súper yo (2).

Cuando el ciudadano ya está convencido de que el voto es el boleto para alcanzar la tierra prometida, deposita su papeleta en la urna para luego refugiarse en su morada y esperar si el legislador o gobernante lo guiará al paraíso perdido. Más temprano que tarde se entera que su voto es cuantitativamente contabilizado para la elaboración de estadísticas de afluencia y participación democrática, pero al mismo tiempo que los partidos y candidatos triunfadores se convierten en amos y señores del qué, cómo, cuándo, dónde y cuánto se tiene que devolver como bien común a las zonas geográficas que los apoyaron y medirlas o negarlas en aquellas que votaron en contra.

Esta dicotomía vuelve a los partidos políticos y a la sociedad en dos entidades que transitan por caminos diferentes. La sociedad política (el Estado, sus instituciones, la clase dominante y los propios partidos) realiza sus planes en evidente confrontación con la sociedad civil. Luego entonces la sociedad y su felicidad no importan, ya que la meta es dar continuidad al equilibrio y fortalecimiento del poder y, por ende, del proceso de dominación para reproducir ad infinitum la estructura y supraestructura que sostiene el modo de vida capitalista.

En México la democracia fue metamorfoseada en partidocracia y mediocracia, las cuales impusieron formatos acríticos, receptivos y conformistas para decidir los destinos nacionales, haciendo que sobresalga la lógica de que “alguien” o “algo” vendrá algún día a sacar del atraso a las masas medias y desposeídas. Esos alguien y algo son el gobierno, congreso y los partidos políticos. Lo que ocurre es que después de ejercitar el voto, el mexicano vuelve a la inactividad, a la larga espera de suponer que los elegidos cumplirán sus promesas. De acuerdo a las evidencias analíticas con que se cuentan, el ciudadano ha empezado a rebelarse cada vez más con el abstencionismo electoral y con la poca participación y confianza a candidatos, reuniones, mítines y campañas (físicas y mediáticas). Hoy más que antes los ciudadanos se sienten utilizados y defraudados, pero están saliendo a manifestar su desacuerdo.

He aquí una punta de madeja para transformar el estado de cosas existentes en el ámbito político. Ante el sentimiento de abandono, de burla y control autoritario, la sociedad está moviéndose por vías alternas que brotan en comunidades indígenas, campesinas, en la clase media, sindicatos, en las escuelas de educación media superior-superior y en el medio vecinal. La realidad que se está viviendo coadyuva mucho a que los ciudadanos tomen consciencia y peleen por lo que tienen derecho. La ficción y mediatización caen ante la cadena de hechos que suceden en la realidad. Ni el Estado, medios masivos de comunicación y partidos políticos pueden contener las contradicciones que producen pensar y afrontar el ser y el deber ser, entre la riqueza de muy pocos y las enormes carencias de millones de personas que se debaten entre la vida y la muerte.

A esta toma de consciencia y decisión es a la que le tienen miedo los detentadores del poder y por eso seremos espectadores de reformas en la legislación electoral, a fin de desactivar movimientos fuera del tablero político. De seguro no volverán al origen de la felicidad humana, no perderán demasiadas diputaciones o senadurías proporcionales, presupuestos ni prerrogativas en cargos de elección y direcciones burocráticas, tampoco velarán para que se cumplan con los tres preceptos liberadores de la Revolución Francesa (3). Lo que harán es readecuar algunos engranajes para que el sistema político tenga un segundo o tercer respiro, que devuelva puntos porcentuales en credibilidad y confianza ciudadana, principalmente enfocada a la juventud con rango de edad de entre los 15 y los 24 años (4), a efecto de inculcar valores remasterizados que fortalezcan una “cultura política” ajustada a los parámetros de la democracia institucionalizada.

En esta encrucijada de renovarse o morir, el ingrediente sociedad civil no es ya el mismo que tiene referencia la clase política, toda vez que por más que considere que sus estudios sociopolíticos le dan supremacía para conocer la radiografía de la mexicaneidad, la cual consideran enajenada por los medios de comunicación, guadalupana, conformista, aguantadora, estereotipada al estilo del american way of life y poco instruida para tener la posibilidad de organizarse; los ciudadanos han tomado o están a punto de hacerlo, una actitud y conducta activa, que esté al pendiente y evaluando el desempeño gubernamental, legislativo y el mundo empresarial que afecta su economía.

La presión será importante para que la reformulación del sistema político no se lleve a cabo como siempre, de arriba hacia abajo, sino en sentido contrario, que incorpore a forciori figuras como el referéndum y plebiscito para revocación de mandato, juicios políticos a través de tribunales judiciales, administrativos o de orden político y la constitución de la figura de ombudsman; a fin de que los gobernantes, legisladores, magistrados y servidores públicos verdaderamente resguarden los principios de representación democrática y así edificar estrategias de crecimiento humano y económico sustentables y permanentes.

Antes de que se tomen decisiones al vuelo, como está ocurriendo con los dirigentes partidistas que se han sumado a la iniciativa México SOS del propietario del consorcio de artículos deportivos Martí -bastante apoyada por el presidente Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y el grupo Televisa- que establece que los partidos y candidatos deben firmar cartas compromiso ante notario público y de cara a la gente para cumplir con sus promesas de campaña; los partidos políticos deben idear una reforma de apertura y no gatopardismo, pues el futuro se les puede ir de las manos.
¿Estamos listos para esto? No en su totalidad ni con la intensidad que debiera, pero la necesidad imperiosa de tener más y mejores perspectivas de vida nos harán pensar y actuar con creatividad y compromiso, para forjar un México a la altura de nuestras aspiraciones. B.H.G.
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(1)El concepto de cosificación fue acuñado por Lukács y utilizado en varios trabajos cientistas de la escuela de Frankfurt para denominar al proceso de desvirtuamiento del sujeto en objeto. Es una abstracción que entraña que el hombre es reducido a mercancía, a la materialidad de su existencia.

(2)Erich Fromm en su libro Ética y psicoanálisis estipula que el súper yo es la consciencia del individuo frente a los sucesos que afronta en su medio social y en sus pensamientos acerca de sus experiencias.

(3)Los tres conceptos liberales que enarboló el movimiento francés de 1789 fueron: libertad, igualdad y fraternidad.

(4)Me refiero a estas edades porque de los 15 a los 18 serán las nuevas generaciones de votantes en el próximo proceso electoral de 2012 y de los 19 a los 24 años, que es la etapa de formación adulta donde se moldean los valores decisivos de la ciudadanía.

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