ANÁLISIS POLÍTICO Y SOCIAL, MANEJO DE CRISIS, MARKETING, COMUNICACIÓN Y ALTA DIRECCIÓN

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lunes, 13 de julio de 2009

LA COSTOSA Y DOLOSA DEMOCRACIA EN MÉXICO


Por Baltasar Hernández Gómez

No se necesita ser adivino para saber que un animal que tiene cola, orejas, cuatro patas, ladra y muerde seguramente es un canino, de igual forma pasó con los comicios del 5 de julio de 2009, pues desde meses antes de su realización presentaba síntomas de descomposición. La prospectiva de una abstención cercana al setenta por ciento se dejaba sentir por la desconfianza, poquísima credibilidad y negación a participar en un proceso electoral ilegítimo y selectivo. Desde hace algunos años y ahora con toda intensidad flotaba en el ambiente la urgente necesidad de la clase política para incitar al voto por medio de la consigna “vota aunque sea por el candidato o partido menos malo”.

La antidemocrática selección de candidatos a diputados federales, onerosos gastos de campaña, grupos persiguiendo canonjías y nula conformación de una cultura política consciente dieron la estocada final al subsistema electoral mexicano. Desde el año 2000 la partidocracia sostenida por los organismos electorales (a nivel federal y estatal) han gastado alrededor de 123 mil millones de pesos más una cantidad indeterminada erogada para propaganda en medios masivos de comunicación electrónicos, haciendo que la democracia mexicana sea una de las más caras e ineficaces del mundo.

Ante la imposibilidad de abrir los canales democráticos desde la base social, el estandarte político ha sido confeccionado para la preservación -a toda costa- de un sistema político caduco y antirepresentativo, que no ofrece los resultados necesarios para seguir legitimando las demandas y aspiraciones de millones de ciudadanos. Para sentir el enorme peso que significa este exagerado monto apuntaré que el gasto político en estos nueve años representa el sesenta por ciento del presupuesto 2009 para la educación nacional. Los partidos políticos registrados tienen la prerrogativa de que su “labor altruista para alcanzar el bien común” se vea cobijada por un caudal de inyecciones financieras, que en promedio anual fue de 3 mil 300 millones, más/menos, de acuerdo a su cobertura de votos. En lo específico el PRI, PAN y PRD captaron entre 7 y 8 mil millones de pesos cada uno.

Para los organismos políticos avalados por el Estado esto es como haber encontrado la cueva de Alí Babá, lo que los convierte en los defensores más feroces de la casi perfecta dictadura hegemónica de la democracia mexicana. La preocupación de la llamada “clase política” está focalizada en convalidar los procesos electorales, pues dicha ruta les significa poder y dinero. Como este aquelarre de cuantiosas sumas presupuestales pasa en ciego a miles y miles de ciudadanos, muchas personas todavía creen (afortunadamente cada vez más en menor grado) que vale la pena votar para que “México no caiga en una espiral de anarquía violenta”.

A pesar de que con este cúmulo de recursos podría concebirse un esquema político verdaderamente democrático, los partidos políticos perpetuán la dominación política de los muy pocos contra los muy muchos, que es condición sine qua non del estilo de vida capitalista y sus Estados nacionales. La partidocracia se ufana en impulsar una cultura política, que sólo inculca la acción controlada en época electoral, a fin de seguir teniendo manejo autoritario de los puestos públicos en los Poderes Ejecutivo y Legislativo.

¿Es válido gastarse millones de pesos en contiendas electorales que prometen un México mejor y más justo, cuando se niegan recursos para fomentar el empleo, la autosuficiencia, programas sociales, educativos y culturales? ¿Es congruente que más del 55% de la población viva en estado de pobreza y extrema pobreza mientras grupos sociales bien delimitados despilfarran dinero para erigirse en los tutores de las mayorías? La respuesta es definitivamente NO.

Estos cuestionamientos aunque ocupan un lugar preponderante en el intangible colectivo no han podido generar una organicidad que active un movimiento social amplio y estructurado para, de una vez por todas, volver a la democracia participativa en nombre del bienestar común no adjetivado. La democracia a la mexicana ha sido apuntalada en la tecnificación de los procesos políticos que presuponen organización legal y donde los partidos políticos son los únicos detentadores de la franquicia de poder.

Se aprecia una parodia continua de telenovelas y filmes donde los protagonistas, actores y actrices de reparto sólo cambian de diálogo, escenografía y vestuario para personificar nuevos y variados roles histriónicos. En este set artístico unos cambian de colores partidistas y otros saltan de escena a escena para tratar de convencer a los cada vez menos espectadores que compran el boleto de la democracia vertical. El poder y el dinero vuelven cínicos y desalmados a los políticos de profesión, que viven para el ejercicio de la realpolitik y no por y para la sociedad.

Mientras millones de mexicanos luchan por conseguir un salario ínfimo que los ayude a subsistir, algunos cientos cambian de disfraz, pasando del amarillo huevo al azul celeste, del tricolor al naranja chillante y viceversa, tantas veces sea necesario para no vivir fuera de nómina. El trapecio y el trampolín se convierten en las herramientas para hacerse pasar como mártires o héroes de la democracia sin sentido.

Lo más trágico es que el costo de la democracia no se queda en valores monetarios, sino que tiene repercusiones catastróficas, lo cual se aprecia en el aumento de autoritarismo, miseria y desesperanza. Si se acepta el dogma de que la democracia es perfectible no habrá avances, pues la sociedad caerá al reformismo de las leyes electorales, que buscará fortalecer al sistema político basado en la partidocracia y el presidencialismo, obstaculizando la acción ciudadana independiente, que podría ser acusada y atacada como asunto terrorista.

Queda mucho por hacer fuera de las instituciones y organismos autorizados por el establishment……………..Hay que comenzar en lo íntimo, en la conciencia, para después pasar a la acción grupal y colectiva en la casa, trabajo, escuela y todo espacio social donde tenga que imperar la democracia, para hacer de los municipios, estados y federación un lugar para vivir de pie y no arrodillados por la desgracia humana, moral y material. B.H.G.

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