ANÁLISIS POLÍTICO Y SOCIAL, MANEJO DE CRISIS, MARKETING, COMUNICACIÓN Y ALTA DIRECCIÓN

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jueves, 4 de junio de 2009

ESTADO MEXICANO VS. MAFIA



MÉXICO 2009: EN PIE DE GUERRA.
Estado vs. Mafia
Por Baltasar Hernández Gómez.


El reverso de la moneda

Los Estados nacionales nacieron como entes organizadores de las actividades políticas, económicas, culturales y psico-comunicacionales de la sociedad, teniendo la esencia de los intereses de la clase dominante. Su lucha ha sido imponer como válido el paradigma estructural y supraestructural del modo de vida que hace prevalecer los objetivos hegemónicos. Así pues, las clases dominadas fueron y siguen siendo el antagónico político para hacer prevalecer la dominación socioeconómica, a través de sus aparatos ideológicos y represivos (Louis Althusser).

La mafia, Cosa Nostra, familia o como se le desee denominar es un sector que se ha puesto “al tú por tú” con el poder de los Estados en un túnel donde unos hacen como que pelean a muerte para defender los valores ético-morales, la balanza económica y la salud física y mental de las mayorías, y los otros se reformulan constantemente para penetrar en todos los espacios del quehacer social. Aunque se pretenda pasar la disputa de los gobiernos contra el narcotráfico como un asunto del orden común, la verdad es que no es tan sencillo: el Estado está en pie de guerra con los corporativos de la mafia.

Vayamos más allá de los mitos de personajes visibles de la mafia, como lo fueron “Lucky Luciano(1), Al Capone, las familias Gambino y Gotti, entre otras más que están distribuidas en Italia, Estados Unidos de Norteamérica, Colombia, Rusia, México, Japón y China, con el objetivo de reconocer que la mafia no es la reunión de “hombres de respeto” que se incubó en Sicilia para controlar los territorios apartados del control gubernamental, a fin de obtener riquezas por protección, comercio ilícito o cualquier actividad distante a intereses empresariales. En la modernidad la mafia es un corporativo multinacional que tiene en la mira alcanzar supremacía económica, pero también política.

Cuando en la década de los años setenta salió a la luz pública la obra literaria del escritor Mario Puzo, millones de miradas voltearon a ver -con fascinación- la organización humana y ritual de la Cosa Nostra. No solamente los ciudadanos pusieron su atención en los procedimientos utilizados por estas empresas ilícitas para imponer poder, sino los mismos personajes de la mafia adoptaron la simbología de El Padrino como parte sustancial de su desenvolvimiento.

Más allá de este primer acercamiento público a la vida interna de las corporaciones mafiosas, que ha implantado una especie de seducción hacia las figuras emblemáticas de la mafia (por verse rodeadas de lujo, autoridad, mujeres y armas), las corporaciones ya no son comandadas por lazos sanguíneos, intereses locales o asuntos de honor, que si bien mantenían ocupadas a las fuerzas del orden para restablecer el equilibrio de la pax social, no eran aún un factor vital para la consecución del establishment.

Desde principios de los ochentas, la mafia incorporó las estrategias mercadotécnicas, los cánones de la ciencia administrativa, los estilos directivos de alta empresa, ocupándose en capacitar y actualizar a cuadros ejecutivos y operativos, para realizar sus operaciones encubiertas, teniendo como meta la toma del poder financiero y sociopolítico. El manejo gerencial de la Cosa Nostra se impuso como norma estandarizada en todos los países donde tiene cuarteles, incorporando los métodos y tácticas del sistema capitalista para dirigir y tomar decisiones que garanticen la permanencia y crecimiento de sus negocios. En la actualidad la mafia es un metagobierno internacional, que diversifica su poder en todas las ramas legales e ilícitas, reformulando su marco conceptual y logístico, así como incorporando las reglas del mercado capitalista a sus actividades planificadas.

Un hombre de la mafia es ahora director/gerente de una organización ampliada, que está regulada por una estructura vertical, basada en la lealtad, en la misión de ganancia máxima y la visión de controlar los medios de dominación política. La estrategia es la base fundamental de su presencia, contando con divisiones armadas que infunden terror en sus enemigos (otros grupos no asociados, fuerzas del Estado y compañías legalmente instituidas que obstaculizan su crecimiento).

En pleno siglo XXI la mafia no es un reducto regional de hombres duros y de “honor” como la retratan decenas de libros, sino una red corporativizada de líderes, contactos políticos, policías, fuerzas armadas, jueces, empresarios y personalidades sociales connotadas, para que su imagen y la de sus negocios adquieran protección y “respeto”. Su imperio está focalizado en los negocios más rentables, dirigidos por profesionales (abogados, economistas, administradores, expertos en logística, etc.), que permiten tener control total. La mayoría de las personas observan únicamente los brazos operativos de la mafia, a lugartenientes y soldados que operan las instrucciones de seguridad, para infundir en aliados y adversarios el terror.

Este poderío se ha convertido en una fuerza real y tangible que se enfrenta a los Estados nacionales, ya que cuenta con inmensos recursos financieros, técnicos, materiales y humanos que se entrelazan orgánicamente para su fortalecimiento. Los capos ya no son los clásicos personajes con traje, pistola y sombrero que surcan los espacios del bajo mundo, sino especialistas en estrategia y logística quienes desde la sombra actúan imponiendo un “global way of life”, que lo mismo está en la tecnología, moda, espectáculo, juegos de azar, que en las empresas comerciales y de servicios.

Hasta el momento la ciudadanía aprecia las verrugas sobre la piel del problema, porque en lo profundo está el debate acerca de la permanencia de poder por parte de las instituciones e individuos del Estado y obviamente de la mafia. La mafia tiene interiorizado que para mantenerse y desarrollarse no solamente tiene que ejecutar decisiones para proteger sus intereses, sino contrarrestar con eficacia las pretensiones que lo coloquen en un estado de repliegue o desaparición.

El corporativo Cosa Nostra entiende perfectamente que para su crecimiento es imprescindible ser proactivo y no reactivo. El Estado y su gobierno ha querido aparecer como salvaguarda de la tranquilidad social, exhibiendo su capacidad legal y represiva para detener el embate de la mafia. Desde unos pocos años para acá, el “pan nuestro de todos los días” es la exhibición de detenciones, muertes y decomisos de mercancía ilegal(2). En el fondo yace el cuestionamiento de no estar ganando nada, porque la mafia no es un problema de bandas, sino un entramado subterráneo que está metido hasta la médula en lo político y económico. De tal suerte que por el momento no hay visos de llegar a puerto seguro: los Estados nacionales no han podido controlar a la mafia, pues su enorme poderío compite, casi en igualdad de circunstancias, con las fuerzas del poder estructurado.

La puesta en marcha de estrategias administrativas, de guerrilla, de acopio de apoyo social con obras y servicios en territorios no atendidos por los organismos gubernamentales, ha dado supremacía a la penetración y radicación de la mafia en diferentes sectores sociales. Los Estados lo saben perfectamente y se limitan a la procuración de justicia por medio de operativos localistas que si bien arrancan un puñado de dinero, drogas, mercancías ilícitas y mandos medios, no le restan hegemonía a la mafia.

Por más de veinticinco años algunos analistas han puesto el índice en el horizonte: la lucha contra la mafia no da resultados ni asegura el triunfo final. Esto parece tener lógica, en virtud que el propio sistema capitalista prohijó a la mafia y ahora no sabe cómo contenerla, ni siquiera controlarla en niveles “aceptables” para no contaminar los renglones económicos, sociales, educativos-formativos y culturales. Se puede detener a una célula de la mafia, decomisar toneladas de cargamentos, matar a jerarquías intermedias y hacer campañas comunicativas, educativas y de salud para influir en las preferencias y actitudes sociales, pero no más. Es como un cirujano que sin diagnóstico clínico amputa un dedo gangrenado a un enfermo de diabetes, pero a la larga lo único que está provocando es la amputación paulatina de más miembros. Pero no hay un enfermo de diabetes en el mundo, sino cientos de millones. De este tamaño es la dimensión del problema.

Los nuevos capo di tutti capi no tienen referentes ideológicos, filosóficos ni conceptuales de eticidad o nobleza, pues saben que para triunfar en el paradigma capitalista sólo basta comprender que el dividendo maximizado es el Dios moderno. El eje de rotación de sus decisiones está orientado a conservar la permanencia y engrandecimiento de la “megaempresa”, la cual es fundada en la eficiencia, organización y jerarquización para alcanzar fines. Existe una concentración planificada de decisiones, dejando la administración y operatividad en manos de expertos en cada área de negocios y trabajo de campo, pues la mafia no es más un negocio de familias, sino un oligopolio regido por las leyes del mercado.

La mafia emplea las habilidades empresariales exitosas: la técnica (el manejo administrativo-contable, uso eficaz de la tecnología, jerarquización y división del trabajo, destreza analítica y delegación de funciones); así como el control social que se traduce en relaciones públicas, autocontrol y manejo psicológico para tratar los negocios, empleados y el entorno. Con los recursos que dispone como plataforma de apoyos, armamento y maniobrabilidad, dice la vox populi, tiene “para dar y recibir” por periodos bastante extensos.

El anverso de la moneda

En México los regímenes políticos anteriores visualizaron que el fenómeno mafia era situacional, es decir, de orden transitorio y con características sui generis, que no iban a afectar el desarrollo nacional ni mucho menos a la clase política. Los mandatarios creyeron e hicieron creer que la mafia, a través de su “división droga” veía al país como una zona de tránsito, un puente de actividades ilícitas que perjudicaría a la sociedad estadounidense, pero nada más. Con el correr de los años se percataron que sus hipótesis estaban erradas, ya que prefirieron adoptar la política de “dejar hacer y dejar pasar”, observando que hoy en día la Cosa Nostra tiene base operacional y cuartel intermedio en el territorio nacional.

Se desperdiciaron años de combate frontal contra la mafia, suponiendo que el objetivo de rentabilidad nunca iba a penetrar al sistema social y económico de México. Luego entonces, la mafia paulatinamente empezó a introducirse en las instituciones Estatales y empresariales (policías, oficinas hacendarias, de política interna, de inteligencia, de desarrollo social, partidos políticos, fuerzas armadas, medios de comunicación, negocios legalmente instituidos, banca de desarrollo y Bolsa de Valores), así como en la cultura popular por medio de productos audiovisuales que enarbolan las bondades y beneficios de ser mafioso)(3).

En el tercer año del presidente Felipe Calderón Hinojosa, el pilar de su mandato está cimentado en el combate al narcotráfico (que es una de las “áreas corporativas” más redituables para la mafia). Desde los primeros días de su sexenio se apoyó en las fuerzas armadas para aparecer como el hombre fuerte de México y desde ahí operar los planes gubernamentales. Ante la carencia de recursos económicos por la crisis financiera global, crisis moral de los mexicanos y falta de proyección sociopolítica, la presidencia de la República ha basado su estadía en la lucha contra “el mal”, utilizando todos los medios masivos de comunicación para apuntalar la investidura presidencial. Entre enemigos comunes nos hemos llevado casi tres años de gobierno: narcotráfico, corrupción, epidemias y promesas de vivir mejor.

Si bien es cierto que los resultados visibles son espectaculares, debido a la carga psicológica por observar decomisos de toneladas de droga, mercancía clonada, detenciones de miembros de cárteles, cierre de antros y negocios presumiblemente propiedad de la mafia; la guerra entre Estado y mafia no está siendo ni mínimamente ganada por el primero.

Así como se arranca la cola a una lagartija nocturna (que en el estado de Guerrero, México se le conoce como qüija) y en unos minutos le vuelve a nacer otro apéndice igual, lo mismo pasa con las acciones del gobierno de la República, toda vez que los operativos sólo pretenden causar asombro en la población, pero no tienen razones de peso en comparación a la magnitud de las transacciones de la mafia.

Aquí pongo algunas preguntas para ganar los sesenta y cuatro mil pesos: ¿No conoce el Estado las vías posibles de ingreso de productos ilícitos (puertos, aeropuertos, fronteras, pistas clandestinas, rutas de embarque y tránsito, entidades productoras, negocios y empresas, movimientos bancarios)? ¿Si no hay inducción, capacitación, actualización, armamento y recursos en las instituciones encargadas de combatir a la mafia, cómo podrán exterminarla? ¿No se tienen detectados los lugares de tráfico de mercancías ilícitas, las conexiones de los apresados para reunir todos los elementos y de una vez por todas acabar con la mafia? Pues parece ser que nada de esto sabe el Estado.

Mientras tanto, la mafia como megaempresa ligada a la globalización se fortalece y emprende acciones de respuesta. En las últimas semanas se ha visto en México una serie de operaciones contra la mafia, que seguramente tendrán una reacción bien planificada. Los clanes atacados activarán sus mecanismos de defensa y atacarán a adversarios, políticos, militares, empresarios coludidos y funcionarios públicos. En medio estamos todos los que no tenemos “vela en este entierro”, pero que de cualquier forma formamos parte de los daños colaterales del fenómeno. ¿Se deja la lucha? ¿Se pacta? ¿O qué se hace? El Chapulín Colorado tan sólo diría ¿Y ahora, quién podrá defendernos? B.H.G. bbhdezgomez@hotmail.com baltasarhg@gmail.com www.baltasarhernandezgomez.blogspot.com
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(1) Este personaje de origen siciliano fue el que conformó las reglas de la mafia norteamericana, ligándola con la de Europa, a través de la incorporación del elemento “unidad” en todas las familias participantes del juego de lo ilícito. Todos los jefes mafiosos constituyeron la Cosa Nostra, que era la reunión del más alto nivel para decidir consensuadamente los rumbos económicos, límites territoriales, distribución de la ganancia y diferencias.

(2) Datos de la propia Secretaría de la Defensa Nacional nos dicen que en lo que va del sexenio calderonista se han decomisado 78 millones de dólares en efectivo más otro tanto en armamento. Las drogas incautadas no llegan a 150 toneladas. En el caso de la PGR una información importante: el 99.74% de las detenciones por secuestro (una “división” de la mafia) no fueron consignadas a cumplir condena.

(3) Resulta muy común que niños, jóvenes y adultos se vean atraídos por las figuras de la mafia, toda vez que se ha impuesto un culto por medio de canciones, películas, reportajes televisivos, periodísticos y moda en vestimenta y comportamientos.

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