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jueves, 22 de enero de 2009

LO QUE SE VIVE AL NACER Y LUEGO SE OLVIDA

Cuando sentí ya estaba afuera.
por Baltasar Hernández Gómez.
(primer extracto del próximo libro de mi autoría "No he sido yo, sino el otro").

De pronto sentí que me secuestraban de mi universo personal. Ya no era yo, pues unas manos frías apretaron mi cuerpo tembloroso, escudriñando cada centímetro de piel en una especie de revisión carcelaria de la cual tenía conocimiento por la increíble memoria genética incrustada a nivel celular. Unas luces incandescentes penetraban como saetas en mis ojos y todo era caos.

Mi primer reacción fue llorar inconsolablemente al sentirme solo, aún cuando escuchaba a mi alrededor un concierto de voces extrañas. No podía explicarme por qué hasta hacía unos minutos me arrancaron la intimidad sin pedirme permiso. Ya no estaba en el plácido silencio en medio de la nada, oyendo mis latidos y mis pensamientos más profundos. Me habían traído al infierno en una milésima de segundo.

A la distancia escuché la voz de una mujer y de pronto mi memoria recordó un tarareo: “Tú viniste sonriendo no sé bien de dónde, con aire tan puro de quien del futuro espera la sonrisa encontrar”.[1] Volqué instintivamente mis ojos ciegos hacia ella y alcancé a oír un te quiero, que me caló y me hizo sentir por primera vez algo placentero. Las manos gélidas que me tenían atrapado fueron cambiadas por la calidez de esta mujer extraña, pero a la vez tan cercana, que me fue inundando con sus besos.

Lloré esta vez de alegría al sentirme protegido, pero volví a sumirme en depresión cuando tuve la certidumbre de que jamás regresaría a mi antigua morada. Estaba afuera en un mundo desconocido. Gritos, olores y sentimientos insólitos llegaron de todas direcciones incubándose en mi cuerpo convulso. Todo percibía, pero no podía ver. ¿Dónde estaba, quién era ahora? Mi entendimiento se centraba en la estrechez corporal olorosa a ungüento y en los movimientos sin control de mis extremidades.

Ya no era aquél que podía moverse sin límites y tener todo el tiempo para sí mismo. Era tan solo un pedazo de carne sensible que lloriqueaba en su nuevo destino. Un ser sin nombre que no veía ¿Cuándo me quedé ciego? La oscuridad fue el mejor medicamento en ese momento para no observar los flashes de este nuevo planeta que, de haberlo visto rápidamente, me hubiera quedado paranoico.

No era el mismo desde que fui empujado por una fuerza centrífuga haciéndome caer en un espacio inhóspito. Grité que me devolvieran al agua cálida y al calor infinito, pero nadie entendía mi lenguaje onomatopéyico. Quise detener el vaivén de palabras y cuerpos que me rodeaban, pero me derrumbé. No era yo, sino el otro que a empellones ponían en una situación sofocante ¿Qué pecado había cometido, para que en un abrir y cerrar de ojos estuviera en medio del apocalipsis?

A nombre de la vida se da muerte a lo concebido. Mar y cielo se conjuntaron para indicarme que era un náufrago en un océano furioso…… y entonces por el terror caí dormido. Cuando desperté el barullo continuaba. Mi pesar se materializó paralizando todos los músculos y al reconocer que no podía zafarme de los grilletes impuestos, afloraron las lágrimas otra vez. Clamé perdón por un yerro no cometido y forcejee para quitarme las ataduras que me estaban aprisionando, sin embargo seguí prisionero.

Sollocé a estos seres malignos que estaban equivocados sobre mi identidad. No era la persona que creían y manotee para que me dejaran libre. Sólo alcancé a percibir -en penumbras- rostros que gesticulaban y decían palabras sin sentido.

Era, por así decirlo, un condenado a la horca que todos miraban con la morbosidad de presenciar su último suspiro. Era un intruso que trataban con familiaridad inaudita, pero no había más que soledad arriba y abajo. Sentía estas muestras de cariño como puñaladas, como sentencias por el atrevimiento de introducirme a la vida de ellos.

Al transcurrir los días mi confinamiento empezó a ser más aceptable. Mi patíbulo imaginario no terminaba por construirse y aunque volteaba para oír el crujir de la soga que apretaría mi cuello, no apreciaba la escena donde exhalaría mi último aliento. Es cierto que los condenados olvidan la bestialidad de sus verdugos y hasta llegan a pensar que son benefactores, pero algo en mí sabía que la hora final debía estar próxima ¿Si no, por qué tanto dolor?

La señora que me hablaba con más afecto se aferraba a mi débil cuerpo intentando quitar los brazos extraños, que querían arrebatarme de su cercanía. Por momentos pensé que morir junto a ella era mi devenir más sublime. Pero nada, ni vida plena ni muerte horrenda. Este otro yo que no tenía control de sus actos estaba irremediablemente indefenso.

Los verdugos eran muchos y en cada apretón sentía que me quitaban partes de mi ser. Los fantasmas del miedo brotaban por doquier y entonces increpé que me dejaran de una vez por todas. Grité a los cuatro vientos que si mi muerte era inminente me dejaran un minuto en paz................... “Prefiero morir durmiendo, no quiero vivir llorando”.[2]

Entre sollozos exigía que me trajeran un sable para hacerme sepuko, pues prefería morir rápido y en forma digna que enfrentarme cada segundo a las voces demoníacas que saqueaban mi tranquilidad. Ya no deseaba sentir las manos y labios de este microcosmos que había arrasado mi paraíso. Quería volver a ser el otro yo que alguna vez fui..................... “Y otros brazos extraños me estrechan llenos de emoción, pero sólo consiguen hacerme recordar los tuyos”.

Al transcurrir los días poco a poco pude ver y entonces aparecieron las caras y los colores de la realidad naciente. Me sentí un alienígena explorando un planeta lleno de criaturas amenazadoras. Mis ojos se acoplaron a mis demás sentidos y aunque extrañaba mi ceguera el nuevo edén se inauguró como el más espectacular juego pirotécnico. Ángeles y demonios se arremolinaron junto a mí y supe entonces que estaba en una dimensión desconocida a la cual tenía que ajustarme para sobrevivir.

No era ya el otro yo que vivía para sí, sino el nuevo yo que ahora servía de reseña a los demás. El universo arrancado tintineaba en mis recuerdos y contradictoriamente el mundo recién estrenado se abría dando paso a un sinfín de esperanzas. En esta paradoja me encontraba, mientras mi cuerpo se robustecía y mis pensamientos se volvían más claros. Aprendí a confiar en la señora que decía ser quien me convirtió en lo que soy......... “Soy aquel dolor de ser, por ti he vuelto a nacer.......soy polvo enamorado”.[3]

Este primer cambio de conciencia hizo que quedara grabada una máxima, la cual me seguiría por siempre: “Nadie puede oponerse a la voluntad universal, sino ajustarse a ella”. Me reconocí que no era el yo de antes, sino el otro yo, el que sería por mucho tiempo. Tuve que afrontar esta verdad y renunciar al que fui algún día.

Cuando inicié mi sinuoso crecimiento, ese que te hace doler los huesos por estiramiento, el que mueve tu concepción de la vida y te hace temer a lo desconocido y no aceptar lo que es nuevo, quise pensarme como un siamés unido por la caja toráxica, pues era más tolerable pensar que el otro yo podía cargar con mis errores y fobias. Al pensar en esto, la figura reflejada en el espejo podría ser quien exorcizara mis infortunios y quedar íntegro sin heridas. Al pensarme como gemelo me imaginé pensante, ganador, es decir, que era yo y no el otro yo quien llevaba las riendas.

Elucubraba en el imaginario a este adherido, que era mi imagen exacta, como depositario de todo lo malo en el drama de la vida. Él debía ser la conjura a mis miedos, el muñeco donde encajar alfileres vudús........................... “Tú y yo somos uno mismo”.[4]
[1] Fragmento de canción interpretada por Roberto Carlos. 1977.
[2] Fragmento de canción interpretada por Emanuel. 1981.
[3] Fragmento de canción interpretada por José José. 1976.
[4] Fragmento de canción interpretada por el grupo Timbiriche. 1984.

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